—Claro —respondió Micaela. Estaba de buen humor; después de tanto reprimir sus emociones, también había aprendido a relajarse.
Adriana contaba anécdotas divertidas sobre las aguas termales, y el ambiente era agradable. Pilar ya estaba deseando volver a ir todos juntos.
A las ocho y media de la noche, después de comer un poco de fruta, Micaela ya tenía intenciones de irse.
Gaspar se dio cuenta y se ofreció:
—Las llevo a casa para que descansen.
Micaela levantó la vista.
—Traje mi carro.
—¿Entonces me podrías llevar? —preguntó Gaspar, entrecerrando los ojos.
—¿No trajiste tu carro? —replicó Micaela.
—Enzo se lo llevó para hacer un mandado —respondió él con toda naturalidad.
Micaela no quiso indagar más y asintió.
—Está bien, vámonos juntos.
Después de despedirse de la familia Ruiz, Micaela salió al estacionamiento llevando a su hija de la mano.
—¿Quieres que maneje yo? —preguntó Gaspar.
—No es necesario —lo rechazó Micaela.
A Gaspar no le quedó más que subir al asiento trasero con su hija en brazos. Pilar había jugado todo el día y estaba agotada; recargó su cabecita en el pecho de su padre y los párpados comenzaron a pesarle.
No habían pasado ni cinco minutos desde que Micaela arrancó cuando Pilar se quedó dormida.
De repente, el celular de Micaela recibió varios mensajes seguidos, como si alguien quisiera compartir algo con mucha emoción.
Mientras esperaba en un semáforo en rojo, Micaela tomó el celular para revisar. Eran de Emilia, quien le había enviado fotos de su hijo usando los conjuntos de ropa que ella le había regalado.
También halagaba el excelente gusto de Micaela. Al ver al pequeño, tan guapo y adorable, una sonrisa dulce y radiante se dibujó en su rostro.
Gaspar lo vio todo. Estaba seguro de que, aparte de Anselmo, nadie más podría hacerla sonreír de esa manera.

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