Había dedicado diez años de su vida y había recurrido a todo tipo de artimañas para separarlos. ¿Acaso todo había sido en vano?
Al ver la mirada profunda y decidida de Gaspar fija en el rostro de Micaela, Samanta sintió un dolor agudo. La forma en que él se inclinaba hacia ella, con una paciencia y concentración inusuales, mientras Micaela, con la cabeza ligeramente levantada, lo escuchaba con una expresión serena y seria.
Parecía que entre ellos ya no quedaba rastro de odio.
Samanta se mordió el labio con amargura. Había sacrificado tanto, incluso había tenido que someterse a un viejo como Leandro. ¿Por qué ahora Micaela podía volver tan fácilmente al lado de Gaspar y recibir, incluso más que antes, su protección y favoritismo?
—¿Qué tanto miras? ¿Todavía piensas en tu antiguo amor? —dijo Leandro de repente, pellizcándole la cintura.
Samanta apartó la vista y adoptó una expresión seductora.
—Leandro, solo estaba enojada por ti. Ese Gaspar te faltó completamente al respeto.
Leandro bufó y su mirada también se dirigió hacia Gaspar, con una expresión sombría.
—¡Ja! Ya veremos cuánto le dura la arrogancia. Esta me la paga.
Eso era exactamente lo que Samanta quería: que Leandro viera a Gaspar como un enemigo. Con su estatus, Leandro aún podía hacerle frente.
—Leandro, mira cómo Micaela lo tiene embobado. Yo creo que si Gaspar la defiende tanto, es porque debe haber algún trato sucio entre ellos —añadió Samanta, echando más leña al fuego.
Leandro entrecerró los ojos y observó a Micaela a lo lejos. Era, sin duda, una mujer hermosa, pero lo que la hacía especial era su aura única. Soltó un bufido.
—Sea lo que sea que haya entre ellos, lo voy a averiguar.
***
Al otro lado del salón, la mirada de Micaela había recuperado su brillo y firmeza.
—Gracias, ya entendí.

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