Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 130

—¿De verdad te cuesta tanto admitir que tu cuñada es talentosa? Micaela ya ganó el premio, y tú sigues empeñada en decir que fue otra persona —espetó Florencia, volteando para regañarla.

Adriana tomó su celular y dijo:

—Voy a averiguarlo.

Sin más, buscó: “¿Quién es la creadora del medicamento especial?”

El primer resultado, de una fuente oficial bastante reconocida, decía: [Micaela]

Adriana abrió los ojos de par en par, incapaz de creérselo. Más abajo, había un video del momento en que Micaela recibía el premio. Lo reprodujo y vio, atónita, cómo su propio hermano le entregaba el trofeo a Micaela. Cuando terminó de verlo, sentía que el pecho le pesaba, como si le faltara el aire.

Sin decir nada más, subió directo a su cuarto con el celular y marcó a Samanta.

—Samanta, ¿no que tu hermana era la que había hecho el medicamento? ¿Por qué ahora resulta que fue mi cuñada?

Samanta le explicó con calma:

—Ese día, Micaela iba a dar la entrevista, pero tuvo que salir. Mi hermana la reemplazó, y por eso todos se confundieron. Perdón, Adriana, también te hice pensar mal.

El semblante de Adriana se volvió aún más sombrío. Recordó la comida familiar, cuando se había burlado de Micaela y después había llenado de elogios a Lara. Micaela solo le había rebatido:

[¿De veras? ¿Estás segura de que fue ella quien hizo el medicamento?]

Adriana, en ese entonces, le había contestado tajante:

[¿Si no fue ella, entonces fuiste tú o qué?]

Ahora, sentía como si la hubieran cacheteado sin manos. La rabia le subía hasta la cabeza, quemándole por dentro.

¿Qué quería decir Micaela con todo esto? ¿Acaso lo hizo a propósito para dejarla en ridículo?

Porque si ella era la autora del medicamento, ¿por qué nunca lo dijo? Estaba clarísimo: Micaela solo quería que Adriana hiciera el oso, y luego, con el premio, dejarla sin palabras delante de todos.

¡Qué mala onda era Micaela!

—Adriana, tu cuñada ganó un premio, ¿no te da gusto? —preguntó Samanta, con una voz suave.

Adriana soltó una risa desdeñosa.

—¿Y yo por qué voy a estar feliz? Ni que me hubiera tocado parte del premio.

—Aunque escuché por ahí…

Adriana se le fue encima:

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