Mientras conducía de regreso a casa, las manos de Lara que sujetaban el volante todavía temblaban ligeramente. La imagen de su padre embistiendo a Santiago se repetía en su mente una y otra vez. Aunque odiaba a Santiago y su intención era que se mataran entre ellos, nunca pensó que terminaría muerto a manos de su padre.
Pero pronto, ese miedo fue reemplazado por un instinto de supervivencia aún más fuerte.
Si su padre descubría que ella le había dicho a Santiago un precio mucho más alto a propósito, intensificando su conflicto hasta el punto de que tuvo que matarlo… Lara sintió otro escalofrío.
Sin embargo, al pensar en todo lo que su padre había hecho durante años, en cómo quería forzar a su madre a divorciarse para llevarse mil millones y vivir felizmente con su amante y su hijo ilegítimo, el corazón de Lara se endureció de nuevo.
Un hombre tan despreciable no merecía ser su padre.
Detuvo el carro a un lado de la carretera, sacó con manos temblorosas otro celular y envió el video completo que había grabado a través de un correo anónimo a la dirección de denuncias de la policía de la ciudad.
Después de hacerlo, sacó la tarjeta SIM, la partió en dos y la arrojó por la ventana.
Esa noche, su madre ya se había ido a casa de sus abuelos, y ella no se atrevía a volver a la suya, así que tendría que pasar la noche fuera.
***
En la mansión Báez.
Néstor regresó a casa y, todavía conmocionado, se sirvió un trago para calmar los nervios. Después de varias copas, poco a poco se fue tranquilizando. Concluyó que deshacerse de Santiago había sido absolutamente necesario. Ahora solo tenía que divorciarse de su esposa y podría irse lejos con Abril y su adorado hijo.
Lo que más odiaba Néstor en su vida era no poder integrar a su amado hijo en la familia Báez de forma legítima. Una vez que se divorciara y se casara con Abril, su hijo ya no tendría que soportar los rumores.
Sin embargo, justo en ese momento, escuchó que alguien tocaba el timbre con insistencia. Se sorprendió. ¿Quién podría ser a esas horas?
Néstor no sospechó nada. Al fin y al cabo, lo que había hecho esa noche había sido sin que nadie se diera cuenta. Ese mocoso ni siquiera había tenido tiempo de gritar antes de hundirse en el río.
Se acercó a la puerta y, al ver a un hombre desconocido, la abrió con fastidio.



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