Samanta, vestida con un sensual camisón, se sentía fatal por las palabras de Gaspar esa noche. La humillación de ser tan menospreciada, de que ni siquiera la considerara digna de pronunciar su nombre, la carcomía por dentro.
Se sentía impotente, pero no podía resignarse.
—Noelia, dime, ¿qué tiene Micaela que no tenga yo? —preguntó Samanta, dejándose caer en el sofá con un tono lleno de resentimiento y frustración—. Estuve con él diez años, ¡diez años! ¿Por qué sus ojos solo la ven a ella?
Noelia la miró con lástima, suspiró y trató de hacerla entrar en razón.
—Samanta, ¿de qué sirve decir todo esto ahora? El corazón de Gaspar no te pertenece. Aunque te aferres a él otros diez años, el resultado será el mismo. Escúchame, déjalo ir. Lo único que importa ahora es que te aferres al señor Leandro.
Como observadora externa, Noelia lo veía con claridad. Desde el principio, había sido Samanta la que se había enamorado perdidamente de Gaspar, llegando incluso a imaginarse en el papel de su novia.
—Leandro… —Samanta soltó una risa burlona—. Aparte de tener un montón de dinero, ¿en qué se compara con Gaspar?
—Pero él está dispuesto a darte su apellido, a dejarte tener a su hijo. Samanta, tienes que ser más realista —le aconsejó Noelia con paciencia—. En cuanto tengas un hijo, tu posición en la familia Serrano estará asegurada. Tendrás dinero, tendrás estatus, ¿para qué seguir molestando a Gaspar? Y si algún día Leandro falta, con su dinero, ¿crees que te será difícil encontrar a un hombre más guapo que Gaspar?
Samanta miró a Noelia con desdén.
—Tú no entiendes.
El atractivo de Gaspar era una poderosa sensación de confianza absoluta, algo que no tenía que ver con su apariencia o su riqueza, sino con un aura forjada por la experiencia y el conocimiento.


VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica