La respuesta fue tan directa y tajante que Micaela se tragó lo que iba a decir. Miró al hombre a contraluz.
Llevaba un saco casual, menos agresivo que sus trajes de negocios, se veía más relajado, pero esa aura de seguridad seguía ahí intacta.
—Entonces... nos vemos al rato. Voy al hotel a descansar un poco —dijo ella.
—Vamos a comer algo primero —dijo Gaspar con su voz profunda. Había ido a buscarla precisamente para eso.
Micaela pensó que, ahora que el congreso había terminado, ya estaba más libre. Asintió.
—Está bien.
Caminaron por los senderos arbolados del campus. El sol de la tarde se filtraba entre las hojas pintando sombras en el suelo. A lo lejos, unos jardineros cortaban el pasto y llegaba el olor a hierba fresca.
Micaela respiró profundo, observando a los estudiantes que pasaban apresurados con libros en los brazos.
Recordó su propia época de estudiante y sonrió levemente.
—¿Te acuerdas de tu vida universitaria? —preguntó Gaspar girando la cabeza, adivinando sus pensamientos.
—¡Sí! Antes era igual que ellos, siempre corriendo.
—¿Lo extrañas?
Ella lo pensó y asintió.
—Bastante. No tenía preocupaciones y tenía mucha energía.
Gaspar sonrió. La imagen de ella como estudiante surgió en su memoria, fresca y clara.
Encontraron un restaurante italiano cerca y eligieron una mesa junto a la ventana.
No hablaron mucho, pero el ambiente era tranquilo y natural.
Gaspar preguntó por los resultados del congreso y Micaela comentó algunas cosas sin mucho entusiasmo, pero justo cuando iba a cambiar de tema, Gaspar mencionó un concepto de neurología bastante profundo.
Micaela levantó la vista, sorprendida.
—¿Cómo sabes de eso?

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