Gaspar saludó a Elsa cortésmente y ella jaló a Micaela del brazo.
—Vente, vamos para allá.
Se unieron a un grupo y, tras las presentaciones, todos se pusieron a platicar de medicina. Gaspar escuchaba, dando sorbos a su champaña de vez en cuando, pero su atención estaba mayormente en Micaela.
Antes, siempre estaba a su lado como inversionista, escuchándola hablar con otros. Esta noche, estaba ahí como un verdadero amigo, y la sensación era diferente.
Micaela estaba escuchando una anécdota de laboratorio que contaba Elsa y se rio con ganas. Sin querer, su mirada chocó con unos ojos oscuros.
Era Gaspar.
Estaba de lado, mirándola, y bajo la luz su mirada se sentía intensa, casi quemaba.
Micaela desvió la vista rápidamente y bebió un poco de champaña. De pronto, Elsa sugirió:
—¡Al rato es el baile! Micaela, no olvides invitar al señor Gaspar a bailar una pieza.
—No sé bailar —dijo Micaela negando con la cabeza y riendo.
—Es muy fácil, seguro el señor Gaspar sabe, que te enseñe —insistió Elsa.
Apenas dijo eso, el jazz cambió por un vals y bajaron las luces, creando un ambiente romántico.
Elsa se abrazó a su pareja y le guiñó un ojo a Micaela antes de irse.
—¡Micaela, no seas tímida!
Micaela la vio alejarse hacia la pista sonriendo. Pronto, todos los que traían pareja empezaron a bailar felices.
Micaela estaba observando cuando, de repente, vio que Gaspar dejaba su copa y caminaba hacia ella.
El corazón le dio un vuelco y volteó la cara ligeramente.
—Micaela —la llamó él con voz grave—, ¿me permites esta pieza?

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