Era el pánico a que desapareciera en cualquier segundo.
Era ese deseo profundo, que nunca se había ido, de quererla para él.
Finalmente, la canción terminó. Micaela le dijo:
—Quiero salir a tomar aire.
Gaspar vio sus mejillas sonrosadas y asintió.
—Vamos, te acompaño.
El paisaje fuera del auditorio era lindo; había un lago artificial enfrente que brillaba con la luz de la luna.
Micaela se sentó en una banca junto al lago y Gaspar se quedó de pie a su lado, admirando la vista en silencio.
Él se quitó el saco y lo cargó en el brazo. Tenía un poco de sudor en la frente, se echó el cabello hacia atrás y se relajó.
Micaela recordó algo y levantó la vista.
—¿Crees que mañana podamos invitar al señor Julián Hernández a comer?
Gaspar se quedó atónito unos segundos.
—¿Quieres ver al señor Julián?
—Cuando regrese al país voy a empezar con la investigación, quiero agradecerle personalmente su inversión en mi proyecto —dijo ella con sinceridad.
Gaspar tragó saliva y abrió la boca como queriendo decir algo.
Pero al final, dijo con voz ronca:
—Está bien, yo lo invito por ti.
Micaela levantó la cabeza y le dio las gracias.
Cuando regresaron al auditorio, el baile había terminado. El grupo de Elsa seguía bebiendo y jalaron a Micaela y a Gaspar. Ahora servían vino tinto. Después de que varios brindaron con ella, Micaela ya iba por su segunda copa.
—Micaela, eres increíble. Fuiste la primera en tener éxito con el Proyecto de Interfaz Cerebro-Máquina, y también con el medicamento para el virus esférico. Te admiro mucho, salud —le dijo un académico de mediana edad con respeto.

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