Ramiro recibió la llamada de Joaquín. Este, desde el otro lado de la línea, le pidió que fuera a hablar con Micaela, para convencerla de no meterse en el lío del examen de salto de grado. Le advirtió que la presión era demasiada, que podía terminar afectando su salud mental.
Apenas colgó, Ramiro fue directo a la oficina de Micaela. Cuando ella lo vio entrar, ya intuía el motivo de su visita.
—¿Vienes a convencerme? —preguntó Micaela, levantando la mirada.
—Mica, ¿de verdad vas a hacer el examen de salto de grado? —soltó Ramiro, sin rodeos.
Micaela asintió con tranquilidad.
—Sí.
—¿Estás segura de que lo decidiste con la cabeza fría?
Micaela dejó escapar una pequeña sonrisa.
—En este momento, estoy muy tranquila y sé exactamente lo que hago.
Por alguna razón, Ramiro se sorprendió a sí mismo. No quería convencerla de lo contrario. Más bien, sentía curiosidad por ver hasta dónde podía llegar esa brillantez que siempre había visto en Micaela.
—Ánimo, Mica, yo confío en ti —le dijo con una sonrisa leve.
—Pensé que venías a sermonearme —bromeó Micaela, esbozando una media sonrisa.
—Apoyo cualquier decisión que tomes —respondió Ramiro, en cuyos ojos se asomaba una chispa de cariño difícil de ocultar.
...
Mientras tanto, Lara aprovechó la oportunidad de llevarle unos papeles a Zaira para sacar el tema del examen de salto de grado de Micaela.
—¿Ya escuchó lo de Micaela? Que quiere intentar el examen... —comentó Lara con fingida sorpresa.
Zaira también se mostró impactada, aunque en su voz se notó un matiz distante.
—No se puede negar que su papá era una persona brillante, pero ella ni siquiera ha terminado el segundo año de medicina. Si logró desarrollar ese medicamento especial, la verdad, yo diría que fue más cuestión de suerte que de talento.
—¿Usted cree que Micaela usó algún plan que le dejó su papá para lograrlo? —preguntó Lara, buscando confirmar sus sospechas.
Zaira mantuvo su tono neutral.
—El papá de Micaela tenía un campo de investigación muy amplio. Seguro ella pudo encontrar algo útil entre sus trabajos.
Lara no pudo evitar sentirse inquieta. Por más autocontrol que tuviera Ramiro, cualquiera terminaría cediendo si Micaela lo seguía fastidiando todos los días. Pensó que quizá ya era hora de tomar cartas en el asunto.
Micaela llevó a Ramiro hasta el centro de la ciudad. Él se bajó allí para tomar un taxi e ir a ver a un amigo, mientras ella se dirigió al kínder donde recogía siempre a su hija.
...
En la entrada del colegio, Micaela esperaba a que saliera la pequeña. De pronto, una mamá se le acercó con la cara iluminada:
—¿Eres Micaela, verdad? ¿Tú fuiste la que desarrolló ese medicamento tan famoso?
Micaela sonrió con amabilidad.
—Sí, yo soy Micaela.
—¡No lo puedo creer! Te lo juro que te había visto antes, pero no caía en dónde... ¡Nuestros hijos van a la misma escuela!
Poco a poco, otros padres se fueron acercando también para saludar a Micaela. Sus miradas dejaban ver la admiración y respeto que sentían por ella.
Detrás de la multitud, oculto tras un par de personas, alguien la observaba con atención: era Gaspar, que acababa de llegar para recoger a su hija.

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