Micaela respondió con humildad:
—Es el resultado de años de investigación básica, además de las notas que dejó mi papá. Mi teoría surge también de los reportes de varios laboratorios médicos de vanguardia en el mundo.
—Excelente, excelente, el aprendizaje nunca se detiene. Micaela, tu teoría me dejó impresionado —aventó el Dr. Leiva, asintiendo con entusiasmo.
Tras conversar durante dos horas, el Dr. Leiva recordó que tenía que asistir a una junta. Al despedirse, lo hizo con un tono bastante serio:
—Micaela, este laboratorio tiene que hacerse realidad. Te voy a respaldar en todo lo que necesites. Tú y tu papá, los dos tienen un gran potencial.
Micaela y Joaquín siguieron platicando un buen rato más, otras dos horas se les fueron volando hasta que llegó la hora de ir por su hija.
—No te preocupes —aseguró Joaquín—, yo me encargo de que el laboratorio arranque lo antes posible.
...
Después de recoger a su hija, Micaela la llevó a pasear por el centro comercial cercano y aprovecharon para comprarle algunas ropitas para la primavera que ya se asomaba.
Mientras salían del vestíbulo, Micaela, de la mano de su hija, reconoció de inmediato una figura llamativa: era Samanta, caminando entre la gente junto a su asistente. De inmediato, varios hombres en los alrededores voltearon a verla.
La asistente cargaba algunas bolsas con artículos de uso diario. Micaela frunció el ceño. ¿Samanta se habría mudado a la misma zona donde vivía ella?
Seguro que Gaspar la convenció para que viviera cerca. Así les resultaría más fácil verse a escondidas, pensó Micaela con una mezcla de molestia y resignación.
Sin querer cruzarse ni que su hija la notara, Micaela aceleró el paso.
—¡Mira, mamá! ¡Un perrito, qué lindo! —exclamó Pilar, deteniéndose al ver a una niña pasear un cachorrito—. Mamá, ¿puedo tener uno también?
A Micaela siempre le había dado miedo que algún perro la pudiera morder, así que nunca le compró uno a Pilar. Pero desde que su hija supo que Samanta tenía un perro, no había dejado de mencionarlo y decir que quería conocerlo.
Micaela acarició la cabeza de Pilar.
—¿De verdad quieres uno?
—Sí, sí quiero —asintió Pilar con energía.
—Muy bien, vamos a buscar uno que te guste.
—¿En serio? ¿Puedo tener un perrito de verdad? ¿Y si mi papá no quiere? —preguntó Pilar, con los ojos grandes y llenos de emoción.
—Con que yo esté de acuerdo, basta —respondió Micaela, alzando una ceja y sonriendo.
—¡Sí! ¡Voy a tener perrito!
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