Faltaban apenas tres minutos para que comenzara la conferencia. Micaela apareció desde la dirección del baño justo cuando vio a Gaspar, que estaba afuera del auditorio atendiendo una llamada. Sus miradas se cruzaron por un instante; Gaspar colgó el teléfono, como si estuviera a punto de acercarse para platicar con ella.
Pero Micaela simplemente giró y entró al salón de descanso. Gaspar se quedó quieto un segundo, luego se dio la vuelta y entró directo al auditorio.
—Mica, ya casi es hora de entrar —le avisó Ramiro, que esperaba cerca de la puerta.
Micaela asintió, se acomodó la ropa y se miró de reojo en el reflejo de una ventana. En el baño, acababa de retocarse el labial, así que sus labios lucían más vivos que nunca. Su rostro joven y atractivo no parecía el de una científica a punto de dar una conferencia; más bien, cualquiera pensaría que iba camino a una alfombra roja.
—¿Crees que todo está bien? —le preguntó a Ramiro con una sonrisa confiada.
—Todo perfecto. Te va a ir increíble, mucha suerte en la conferencia —respondió Ramiro, devolviéndole la sonrisa.
—No te preocupes, te aseguro que no voy a dejar mal a la doctora Zaira —bromeó Micaela, mientras tomaba unos lentes de armazón plateado que tenía listos desde antes. No tenían aumento, pero a ella le gustaba usarlos en el escenario porque así sentía que podía concentrarse más en lo académico y menos en el público.
Dentro del auditorio había más de cien personas. En las primeras tres filas estaban sentados los invitados más importantes; detrás, delegados de universidades de todo el país. Micaela divisó enseguida a Gaspar, y para su sorpresa, también vio a Jacobo.
Avanzó junto a Ramiro hacia el auditorio. Todos pensaron que Ramiro era quien daría la conferencia, incluso el mismo Gaspar.
Pero la confusión se disipó cuando vieron que Micaela subía los escalones hacia el estrado, mientras Ramiro se quedaba a un lado del escenario, en el lugar reservado para el personal de apoyo.
Gaspar frunció el entrecejo, sorprendido al ver a Micaela en el escenario con sus lentes puestos y una camisa blanca de perlas, proyectando serenidad y una elegancia natural que se notaba incluso en silencio.
Micaela se ubicó frente al atril, probó el micrófono con un toque ligero y, con una sonrisa serena, miró a los asistentes. De ella emanaba una tranquilidad que se sentía en todo el lugar.
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