La expresión de Micaela se volvió más seria, con un deje cortante en la voz.
—No tengo tiempo.
—Voy al baño, ustedes platiquen, ustedes platiquen —dijo Leónidas, captando la tensión y saliendo del lugar lo más rápido posible.
Gaspar arrugó la frente, notoriamente intrigado.
—Escuché que Franco, el ex subdirector de Grupo Montoya, ahora trabaja contigo.
Micaela le lanzó una mirada impasible.
—¿Y eso qué?
—Es bastante capaz. Es alguien en quien se puede confiar —comentó Gaspar, dejando en el aire su opinión.
Micaela frunció el ceño, preguntándose si eso era lo único que quería decirle.
—El fin de semana mi mamá y mi abuelita quieren ver a Pilar. Paso por ella el viernes en la tarde —agregó Gaspar.
Recordó que Damaris ya le había mencionado por teléfono que querían llevarse a Pilar el fin de semana. Micaela asintió.
—Está bien.
Gaspar parecía a punto de decir algo más, pero su celular sonó. Lo revisó y soltó:
—Me tengo que ir.
...
Micaela aguardó en la puerta de la oficina de Leónidas. Diez minutos después, él apareció, notando que solo ella seguía ahí. Se le acercó, sonriendo.
—¿Gaspar ya se fue?
—Se fue —asintió ella, para luego cambiar el tema—. Sr. Leónidas, creo que una de las series de datos del último experimento está mal. Vine a revisar.
—Perfecto, vamos adentro —respondió Leónidas, poniéndose en modo trabajo de inmediato.
Leónidas admiraba la dedicación de Micaela. Había tratado con Lara en estos días y, aunque era muy buena, le faltaba ese respeto genuino por la investigación que veía en Micaela.
...
A las cuatro de la tarde, Micaela terminó de revisar los datos y los envió a Zaira. Al revisarlos, Zaira llamó de inmediato a Lara.
—Lara, en la investigación hay que tener siempre una actitud de búsqueda. ¿No notaste la diferencia tan grande en los parámetros?
Lara retorcía las manos tras la espalda, con la culpa pintada en el rostro.
—Perdón, profe. Fue mi descuido.
Pilar entró corriendo a la sala a buscar su dinosaurio de juguete, mientras Micaela y Gaspar se quedaron en la puerta del jardín.
Pepa, la perra, se acercó moviendo la cola con entusiasmo, frotándose cariñosa contra las piernas de Gaspar.
Gaspar soltó una sonrisa y se agachó a acariciar la cabeza de Pepa. Micaela lo miró, sin poder evitar que le molestara la escena.
Por fin, Pilar salió con su dinosaurio en mano.
—¡Papá, vámonos!
Gaspar tomó la mano de su hija.
—Despídete de mamá.
—Adiós, mamá.
Micaela sonrió y le agitó la mano.
—Mamá te espera aquí para cuando regreses.
—Mamá, ¿por qué no te vienes conmigo a casa de la abuelita a jugar? —preguntó Pilar, mirándola con sus enormes ojos brillantes.
Micaela se quedó sin palabras ante la propuesta inesperada de su hija.

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