—¡De acuerdo! —asintió Ramiro.
Luego, con el asombro pintado en el rostro, Ramiro le preguntó a Micaela:
—¿Cómo se te ocurrió la idea de lograr que las células CAR-T sobrevivan más de noventa días dentro del microambiente tumoral?
Ese era precisamente el tema que Micaela había investigado durante los últimos seis años.
—A partir de unos datos que me pasó mi papá, me animé a proponer esta hipótesis. Por ahora solo está en el papel, todavía falta comprobarla con experimentos —respondió Micaela.
En los ojos de Ramiro brilló un destello de admiración.
—Señorita Micaela, ya leí tu informe de análisis. Muchas de tus ideas son muy innovadoras y se pueden poner a prueba. Si te soy sincero, la razón principal por la que regresé al país fue por ti.
Micaela se quedó sorprendida, y Ramiro se apresuró a aclarar:
—No me malinterpretes, lo que quiero decir es que tus ideas me atraparon.
Micaela sonrió, relajada.
—Me alegra mucho poder trabajar contigo.
...
Esa noche, Micaela le fabricó de una sentada a su hija un pequeño móvil de campanitas. Las estrellitas de colores colgaban y repiqueteaban —ting ting—, llenando el cuarto de alegría. La niña estaba fascinada.
En ese momento, afuera se oyó el motor de un carro. Pilar, emocionada, se puso de pie de un salto.
—¡Seguro que es papá!
Cuando Micaela salió, Pilar ya estaba en brazos de Gaspar.
—¿Me extrañaste? —preguntó él.
—¡Sí! Papá, ¿y mi regalo?
Gaspar regresó al carro, abrió la cajuela y sacó un muñeco de tela muy bonito.
—¿Te gusta?
—¡Wow! ¡Me encanta! —Los ojitos de Pilar resplandecían y ella asintió feliz.
Gaspar miró a Micaela.
—Tu regalo te lo doy mañana.
Micaela, con tono tranquilo, rechazó:
—No hace falta.
De la casa a donde Samanta vivía, solo había unos minutos en carro...
...
A la mañana siguiente, durante el desayuno, Sofía comentó sin querer:
—El señor regresó a casa a las dos de la mañana.
Apenas lo dijo, se quedó mirando a Micaela para ver su reacción.
Micaela le sonrió, como si nada.
—¿Ah, sí?
En ese momento, Gaspar bajó. Sofía se apresuró a ir a la cocina a seguir con el desayuno.
Micaela peinó a Pilar, haciéndole un peinado bonito, y le puso una chamarra rosa que la hacía ver adorable. Pepa, la perrita, no se separaba de ella ni un instante, moviendo la colita y buscando jugar.
—Papá, ¿puedo llevar a Pepa conmigo? —preguntó Pilar, abriendo sus grandes ojos con ilusión.
Gaspar se agachó para cerrarle el cierre de la chamarra y le explicó:
—La casa de la abuelita es muy grande, si perdemos a Pepa por ahí, ¿qué haríamos? Mejor deja que mamá la cuide estos días, ¿sí?

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