—Abuelita, nosotras también queremos tomar esa bebida que preparaste —dijo Adriana con ilusión.
—Llévate a la señorita Samanta a tu cuarto para que jueguen, ¿sí? —Florencia no quería que su nieta se acercara y arruinara el momento que tenía con Micaela.
Tampoco quería que Samanta le echara a perder el ánimo a Micaela. Después de todo, el hecho de que su nieto y Micaela estuvieran por divorciarse tenía bastante que ver con Samanta. Le molestaba el mal criterio de su nieto; tenía a Micaela, una mujer dedicada y buena madre, y aun así se fijaba en Samanta, que a todas luces traía otros intereses.
Cuando Micaela vio que Florencia se acercaba, mordió sus labios rojos y, aunque dudó un instante, se animó a hablar.
—Abuelita, dentro de un rato tengo unos pendientes... yo...
—Aunque alguien tenga que irse, no deberías ser tú —exclamó de pronto Florencia, alzando la voz.
El sobresalto de Micaela fue inevitable.
Samanta, que estaba a punto de entrar al salón con Adriana, también escuchó y se le subieron los colores al rostro.
—Abuelita, no es lo que quise decir, yo... —balbuceó Micaela, sorprendida por la reacción tan fuerte de la señora.
—Esta es mi casa. Fuiste invitada personalmente por mí a cenar. Así que no puedes irte —insistió Florencia con firmeza.
Samanta entregó los regalos a la empleada y luego miró a Adriana.
—Adriana, tengo que irme, me surgió algo, me retiro.
—Samanta, no te tienes que ir. Yo le explico a mi abuelita —musitó Adriana con fastidio. Sentía que su abuela la estaba dejando en vergüenza. Todo por culpa de Micaela.
Samanta le apretó el brazo a Adriana y murmuró:
—Adriana, hoy es la celebración de la nueva casa de la abuelita. No provoques que se moleste.
—Pero... yo te invité —insistió Adriana, con una mueca de molestia.
Samanta soltó su brazo y se acercó a Florencia, forzando una sonrisa.
—Abuelita, de verdad tengo que irme, se me presentó algo urgente. Vendré a visitarla otro día.
Luego se volvió hacia Micaela.
—Micaela, discúlpame. No sabía que estabas aquí, no quise incomodarlas. Lo siento de verdad.
Micaela levantó la mirada, notando que Samanta, al decir eso, se estaba colocando a sí misma como si fuera la amante de Gaspar.
En ese momento, Damaris salió apresurada desde la sala, con Adriana siguiéndola de cerca.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica