—Ay… Adriana —Samanta casi se tropezó cuando la jalaron de repente.
Florencia soltó un suspiro y le dijo a Damaris:
—Prepara un par de platillos más, por favor.
—Claro, en seguida voy y le aviso a la cocina —respondió Damaris, notando que al fin su suegra había permitido que Samanta se quedara, lo que la hizo sentir un alivio inmediato.
En el fondo, todos sabían que el cambio de actitud de la abuela se debió a lo que acababa de decir Gaspar.
La manera tan natural en la que Gaspar aceptó la presencia de Samanta hizo pensar a Florencia que quizás él mismo la había invitado.
Si volvía a intentar echar a Samanta, entonces sí iba a quedar como una persona cerrada y poco tolerante.
Micaela tomó de la mano a su hija y la acercó a su lado. Pilar, con dos flores en la mano, se las ofreció a su mamá.
—Mamá, ¿a poco no huelen rico?
Micaela se inclinó y olfateó las flores.
—¡Sí! Huelen muy bien —le respondió, con una sonrisa tranquila.
—Son para ti —dijo Pilar, entregándole ambas flores y enseguida salió corriendo al jardín, emocionada como si estuviera buscando un tesoro.
Gaspar la siguió, siempre pendiente de ella.
Florencia se acercó a Micaela y bajó la voz, como si compartiera un secreto:
—Mica, cuéntame la verdad, ¿lo de tu divorcio con Gaspar tiene algo que ver con esa Samanta?
Micaela se quedó callada por un instante. Incluso si Samanta había influido, ya a estas alturas no quería darle más vueltas al asunto. Negó con la cabeza.
—No, nos divorciamos porque no éramos compatibles.
—¿Fue porque Gaspar estaba tan ocupado que te dejó de lado? —insistió Florencia.
Micaela negó otra vez.
—Tampoco, simplemente nuestras personalidades no encajaban.
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