Micaela se dio cuenta de que afuera el viento estaba tremendo. Junto con Ramiro, apuró el paso hasta el vestíbulo y se dirigieron directo a los elevadores.
No dejaba de preguntarse, ¿a quién se le ocurría salir a fumar con ese aire y ese frío? ¿Qué buscaba Gaspar afuera, con ese clima tan helado?
Pero la verdad, ya no tenía ni tiempo ni ganas de intentar adivinar qué pasaba por la cabeza de ese hombre.
Todo lo que él hiciera, ya no tenía nada que ver con ella.
Micaela regresó a su cuarto, se dio un baño, repasó los apuntes de la reunión del día y, de pronto, sonó el timbre de la puerta.
Pensó que tal vez Ramiro necesitaba algo; no le dio muchas vueltas y abrió la puerta sin más.
Pero…
Quien estaba parado afuera era su exesposo, Gaspar.
El gesto de Micaela se endureció. Sin abrir completamente, apenas dejó una rendija y preguntó:
—¿Qué se te ofrece?
—Pilar quiere hablar contigo —murmuró Gaspar, y puso el celular en altavoz.
La vocecita de Pilar, dulce y tierna, la buscaba:
—¿Mamá? ¿Mamá, eres tú?
Apenas escuchó la voz suave de su hija, el corazón de Micaela se derritió. Tomó el celular de las manos de Gaspar y respondió:
—Sí, mi amor, soy yo. ¿Por qué sigues despierta?
—No tengo sueño. Los extraño mucho.
Micaela se metió de nuevo al cuarto, apenas había dado unos pasos cuando escuchó la puerta cerrarse a sus espaldas. Se giró y vio que Gaspar también había entrado.
Un fastidio le recorrió el cuerpo, pero trató de disimularlo. Hablando con su hija, le dijo:
—Pilar, ya es tarde, tienes que dormir. Cuando regrese te voy a llevar un regalo.
—¡Sí! ¡Entonces tendré dos regalos! Porque tú y papá siempre me traen algo. ¡Soy muy feliz! —respondió Pilar, emocionada.
Lo que la niña no entendía era por qué los regalos de mamá y papá ya no llegaban juntos.
—Descansa, mi amor. Cuando termine la reunión, me regreso.
—Está bien, mami. ¡Los quiero mucho! —al decir esto, Pilar colgó la llamada.
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