Quizá esta era la forma en que Gaspar prefería torturarla a propósito.
Después de todo, estaba a punto de casarse con su hermana, y lanzarle un trabajo que consumía tanto tiempo y energía era la mejor manera de asegurarse de que su exesposa no tuviera oportunidad de entrometerse en sus vidas.
Además, lo que más le complacía era que así separaba a Micaela de Ramiro; sin Ramiro cerca, ella ni soñaba con mantener la farsa de ser una genio.
En unos años, el mito de la “niña prodigio” se desmoronaría solo.
...
A las cuatro de la tarde, Micaela manejó a toda prisa rumbo al kínder. Aunque llegó diez minutos tarde, alcanzó a ver a Jacobo acompañando a Viviana, ambos platicando con su hija.
Sin perder tiempo, Micaela se acercó a su niña y se agachó con una sonrisa forzada.
—Pilar, perdóname, mamá llegó tarde.
—No importa, mamá. Yo sé que trabajas mucho, te esperé tranquila —contestó Pilar, levantando su carita y regalándole una sonrisa serena.
Al ver a su hija tan comprensiva, los ojos de Micaela se llenaron de lágrimas. Apenas y se dio cuenta de lo rápido que Pilar había crecido, volviéndose más madura cada día.
—Gracias, señor Jacobo —le dijo a Jacobo, agradecida de corazón.
—Nada que agradecer, siempre es bueno echarse la mano entre vecinos —contestó Jacobo, quitándole importancia.
Ambos se despidieron y subieron a sus respectivos carros. Jacobo, ya en su asiento, miró por el retrovisor el carro blanco de Micaela, distraído por un rato.
—¿Tío, por qué no arrancas? ¿Qué estás mirando? —preguntó Viviana, pegada a su oído, curiosa.
Jacobo volvió en sí y sonrió.
—Nada, manita, sólo estaba pensando.
—¿Estabas espiando a la señora Micaela? —preguntó Viviana, ladeando la cabeza, con una picardía que no iba con su edad.
Jacobo se congeló un segundo. ¿Acaso era tan obvio? ¿Hasta una niña de cinco años podía notarlo?
—¿A poco te gusta la señora Micaela? —insistió Viviana, lanzándole una mirada traviesa.
Jacobo solo se rio, tratando de evadir el tema.
—Mejor vamos a buscar algo rico de cenar, ¿te parece?
Desde la separación, era la primera vez que Pilar sacaba el tema de su papá.
Se agachó para mirarla a los ojos.
—Tu papá anda muy ocupado en el trabajo, pero en cuanto pueda, seguro te viene a ver.
—Pero los papás de mis amigas sí van diario por ellas. ¿Por qué el mío no? —insistió Pilar, con el labio temblando y los ojos enrojecidos—. ¿Será que ya no me quiere?
El corazón de Micaela sintió un apretón doloroso.
Le acarició el cabello con ternura.
—Claro que te quiere, mi niña. Solo que ahora tiene muchas cosas que resolver. Mira, él mismo te ha traído un montón de regalos, ¿verdad?
—Pero yo no quiero regalos, mamá, quiero estar con mi papá —soltó Pilar de pronto, y rompió a llorar a mares.
Micaela la abrazó fuerte, sintiendo cómo se le revolvían las emociones por dentro.
—Quiero a mi papá, quiero a mi papá, ¡buaaa! —gritó Pilar, ahogada en llanto, con mocos y lágrimas mezclándose en su carita.

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