Micaela arrugó la frente, mientras que el Dr. Lázaro se quedó un poco incómodo.
—¡Ah, con que era eso!
El ambiente se quedó tenso de repente.
No muy lejos, Jacobo sostenía su copa de vino y observaba la escena con interés, como si estuviera analizando cada detalle.
Gaspar miró al Dr. Lázaro con una expresión dura.
—Si de verdad les falta gente en su laboratorio, pueden buscar afuera. No piensen que van a venir a quitarme a mi equipo.
Micaela, sorprendida, alzó la mirada hacia Gaspar. Por más que el Dr. Lázaro fuera un veterano respetado, no era manera de hablarle así.
—Dr. Lázaro, si un día tiene tiempo, me gustaría que platicáramos de temas académicos —dijo Micaela, sonriendo.
El Dr. Lázaro, agradecido por la salida, asintió con la cabeza.
—Por supuesto.
Justo cuando Micaela iba a darse la vuelta, Gaspar le preguntó con voz grave:
—¿Podrías acompañarme un momento?
Micaela parpadeó, algo incómoda.
—Si tienes algo que decir, hazlo aquí.
Ramiro intervino con calma:
—Te espero junto al elevador.
—Vamos al balcón —dijo Micaela, y se dirigió hacia allá, seguida por Gaspar.
...
En el balcón, el ambiente era más tranquilo; era el sitio ideal para una conversación privada.
—A ver, ¿qué quieres decirme? —preguntó Micaela, cruzando los brazos y mostrando cierta distancia.
Gaspar se apoyó sobre la baranda. Su mirada era difícil de descifrar, y su voz sonó contenida.
—Parece que la pasas muy bien con Jacobo y Ramiro.
Micaela levantó la cabeza. Sus ojos se encontraron con los de él, y respondió sin alterarse:
—Eso no es asunto tuyo.
Gaspar metió una mano en el bolsillo. La luz de la luna marcaba los ángulos de su cara, dándole un aire distinto. Se acercó unos pasos y dijo, con voz apenas audible:
...
A la mañana siguiente, todos empacaron sus cosas para regresar a la ciudad. Micaela compartió el viaje con Ramiro.
Ya en casa, Micaela tomó el teléfono y llamó a Damaris para pedirle que le regresara a su hija.
Damaris la invitó a cenar, pero ella se negó con cortesía.
—Voy por la niña a las ocho —avisó Micaela.
Alrededor de esa hora, Micaela llegó en su carro a la entrada de la mansión Ruiz, justo cuando un llamativo carro deportivo salía del patio y se estacionaba junto al suyo.
Adriana bajó del carro. Sus ojos se llenaron de reproche al ver a Micaela. Samanta ya le había contado todo lo que había pasado entre ella y Jacobo en esos días.
—Micaela, espera, tengo que preguntarte algo —exclamó Adriana, enfadada.
Micaela se giró y la miró con los brazos cruzados.
—¿Qué se le ofrece, señorita Adriana?
Adriana dio un paso al frente, la voz cargada de celos.
—Últimamente has estado coqueteando con Jacobo, ¿verdad?

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