—Hoy Micaela vino a pedir prestado nuestro laboratorio. Jacobo canceló dos juntas solo por ella, ¡y hasta la esperó media hora en el vestíbulo! —Adriana soltó la queja con más y más coraje—. ¡Y eso no es todo! ¡Le cargó la bolsa y la acompañó hasta el estacionamiento!
Gaspar guardó silencio unos segundos.
—¿Te gusta Jacobo?
Adriana se dio cuenta al instante de que había dejado escapar su secreto; su cara mostró un desconcierto imposible de ocultar.
—¿Acaso no puedo quererlo? —terminó confesando, frustrada.
—Adriana, renuncia.
Adriana le lanzó, indignada:
—¿Por qué tendría que renunciar, hermano?
—Jacobo no es para ti —le soltó Gaspar, sin rodeos.
El rostro de Adriana se encendió de rabia y soltó una especie de bufido.
—Pero me gusta Jacobo, y vine a esta empresa precisamente para acercarme a él. Micaela apenas y se divorció de ti y ya anda queriéndoselo ganar, ¡qué descaro!
La voz de Gaspar sonó distante, cortante.
—Ya me divorcié de Micaela. Ahora puede salir con quien quiera.
—¿En serio vas a defenderla? —reclamó Adriana, al borde de las lágrimas.
—Solo digo lo que es. Ve y tramita tu renuncia —ordenó Gaspar, y colgó.
Adriana se quedó helada, mirando el celular, y al escuchar el tono de llamada cortada, la invadió una sensación de injusticia y tristeza.
No podía digerirlo: primero Micaela se había casado con su hermano de la manera más cínica, y ahora venía a quitarle a Jacobo. Eso sí que no lo iba a soportar.
...
En el elevador, el celular de Jacobo vibró. Frunció apenas las cejas, contestando:
—¿Qué pasa, Gaspar?
—Jacobo, necesito pedirte un favor.
—Dime.
—Ayúdame con la renuncia de Adriana.
Jacobo se sorprendió un instante.
—¿Estás seguro de eso?
La voz de Gaspar llegó con calma.
—Ella no debe seguir trabajando contigo.
Jacobo miró los números cambiando en el panel del elevador, comprendiendo de inmediato de qué se trataba.
—No, no quiero irme. No quiero renunciar. Jacobo, por favor, no me despidas —rogó Adriana, aferrándose a su brazo, con desesperación en la voz.
Jacobo retiró suavemente su brazo, tratando de no herirla más.
—Escucha a tu hermano, Adriana.
—¿Que lo escuche? —la voz de Adriana subió de tono, quebrándose—. ¡Siempre he hecho lo que él dice! ¡Pero esta vez es distinto!
Jacobo frunció el ceño, mirándola fijamente con una calma implacable.
Las lágrimas de Adriana caían una tras otra, y ya no pudo contener lo que sentía. Con la voz temblorosa, lo miró directo a los ojos.
—Jacobo, ¿de verdad no te has dado cuenta de que me gustas? ¡Todo este año!
Jacobo guardó silencio unos segundos antes de responder, con frialdad en la voz:
—Adriana, siempre te he visto como a una hermana. Solo eso.
Sus palabras fueron como un dardo certero, directo al corazón de Adriana.
—¿Es por Micaela, cierto? —balbuceó ella, la voz quebrada—. ¿Qué tiene ella de especial? ¡Es una mujer divorciada...!
Jacobo se giró de golpe, el tema parecía tocarle una fibra profunda, pero aun así se mantuvo sereno.
—Lo que pase entre nosotros no tiene nada que ver con Micaela. No la metas en esto.

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