Adriana se quedó paralizada ante la presencia de Jacobo, pero, incapaz de tragarse su orgullo, soltó:
—Micaela apenas se divorció de mi hermano y ya anda detrás de ti. Ese tipo de mujer no merece que la quieras.
Jacobo la miró con calma, sin inmutarse.
—Mi relación con Micaela es simple: yo la estoy buscando y ella es quien decide si quiere darme una oportunidad.
Adriana retrocedió un paso, incrédula. Las lágrimas le nublaron la vista y, sin poder soportarlo más, dio media vuelta y salió corriendo de la oficina.
En el pasillo, unos cuantos compañeros de trabajo la vieron tropezar en su huida, pero nadie se atrevió a detenerla ni a preguntar qué pasaba.
Adriana se metió al baño y, frente al espejo, vio el estado lamentable en el que estaba: el peinado que se había hecho con tanto esmero esa mañana estaba hecho un desastre, el maquillaje de los ojos corrido por las lágrimas y el rímel manchado por toda la cara. Parecía un chiste.
Diez minutos más tarde, desde recursos humanos imprimieron su carta de despido. Adriana acababa de ser despedida.
Con una caja en los brazos, salió del edificio de laboratorios. Una ráfaga de viento helado la golpeó, pero ni siquiera lo sintió. Por dentro, ya estaba congelada desde hacía rato.
Y todo, pensaba, era culpa de Micaela.
Justo en ese momento, el celular empezó a sonar.
Adriana miró la pantalla. Era Samanta.
—¿Bueno...? —contestó con voz apagada.
—¿Adriana? ¿Te pasa algo? —Samanta captó enseguida que algo andaba mal.
—Samanta... —las lágrimas volvieron a brotarle—. Me echaron... Jacobo me echó...
—¿Cómo que te echaron?
Adriana le contó todo lo que acababa de pasar. Samanta trató de tranquilizarla:
—No llores, Jacobo está cegado por Micaela, pero eso se le va a pasar. Ya verás que vas a tener otra oportunidad.
—Tú no entiendes lo mucho que Jacobo la defiende. Y mi hermano también... él la protege igual —sollozó Adriana.
—Adriana, tu hermano no la protege. Él solo está usando el talento de Micaela para ganar plata. Eso sí, Micaela tiene un don para la medicina —comentó Samanta con voz serena.
Adriana, que seguía agitada, apenas entonces lo asimiló. Parpadeó, dudosa.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica