Micaela y Franco apenas habían entrado al salón de banquetes cuando, minutos después, una comitiva llamó la atención de todos al pisar la alfombra roja de la entrada.
Al frente iban Samanta y Adriana, vestidas con elegancia, seguidas de tres hombres imponentes: Gaspar, Jacobo y Lionel.
Los tres eran la viva imagen del poderío de la familia más influyente de Ciudad Arborea.
Las miradas de todos los presentes se desviaron de inmediato hacia ese grupo. Por lo bajo, comenzaron los murmullos y comentarios. Varias jóvenes de la alta sociedad apenas podían ocultar su entusiasmo; los tres hombres se robaban el protagonismo y el interés crecía a su paso.
Micaela sostenía una copa de champán, observando la escena con una calma envidiable. Franco, a su lado, murmuró:
—Señorita Micaela, ¿le gustaría salir al balcón a tomar aire?
—No hace falta —respondió ella, dando un pequeño sorbo a su bebida, sin perder la compostura.
En ese instante, Jacobo la localizó con la mirada. Sus ojos brillaron con un matiz de admiración; bajo el resplandor de la lámpara de cristal, Micaela destacaba entre la multitud, imposible de ignorar.
Por todo el salón, las luces y el bullicio formaban un escenario vibrante. Entre copas que chocaban y risas elegantes, los grandes empresarios y políticos compartían anécdotas y sellaban alianzas.
El señor Suárez se adelantó a recibir personalmente a Gaspar y a sus acompañantes. No tardaron en verse rodeados por invitados ansiosos de saludarlos.
Micaela notó cómo Samanta se mantenía cerca de Gaspar, proyectando amabilidad y gracia. Adriana, en cambio, se situó al lado de Jacobo, buscando cualquier excusa para platicar con él y llamar su atención.
—Señorita Micaela, ¿vamos a saludar al señor Suárez? —sugirió Franco con voz baja.
Micaela comprendía muy bien las intenciones de Franco. Acercarse en ese momento podría hacer que Gaspar y los suyos les dieran un poco de su brillo, además de recordarle a Suárez quién era ella.
Pero Micaela no tenía intención de depender de la fama de Gaspar.
—Iré más tarde —le respondió, sacudiendo la cabeza con tranquilidad.
Franco lamentó perder una oportunidad así, pero sabía que Micaela nunca haría nada solo por interés.
En ese momento, un hombre de mediana edad se acercó a Micaela, también con una copa en la mano.
—Señorita Micaela, ¿está sola? —preguntó, saludándola con una sonrisa amable.
Ella giró para mirarlo.
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