Al día siguiente, temprano por la mañana, Micaela se maquilló y, con la pequeña falda favorita de su hija en la mano, esperó a que Pilar despertara.
Pilar abrió los ojos y se encontró con el rostro amable de su mamá. Todavía medio dormida, se giró de lado, apoyó la carita en la sábana y se acurrucó como un gatito, tratando de adaptarse a la luz del día.-
—Pilar, ¿te gustaría ponerte esta falda? —le preguntó Micaela con una sonrisa.
Pilar rodó sobre la cama y, al ver el hermoso vestido rosa de princesita, asintió con entusiasmo.
—Sí, quiero ponérmela.
Micaela vistió y arregló a su hija con esmero, luego la cargó en brazos y bajaron juntas las escaleras. En la sala, Gaspar ya los esperaba sentado en el sillón, con la costumbre de llevar a su hija a la escuela antes de irse a la oficina.
—Papá, ¿me veo bonita? —preguntó Pilar, dando una vuelta y dejando que el vestido girara a su alrededor.
Gaspar la miró con ternura, sin dudar en responder:
—Sí, te ves preciosa.
Gaspar la subió en brazos, mientras Micaela tomaba la mochila que Sofía le entregó y salían todos juntos de la casa.
La escuela quedaba muy cerca, justo a las afueras del fraccionamiento, era el preescolar privado más caro de Ciudad Arborea.
Al llegar, Pilar bajó del carro. Micaela la acompañó hasta la puerta, le acomodó la mochila y le preguntó:
—Por la tarde voy a llegar temprano por ti, ¿te parece si hacemos pastel juntas?
Pilar asintió feliz y, después de saludar al director y a las maestras, entró al colegio con paso animado.
Micaela la vio alejarse con una mirada llena de cariño. Luego, se giró hacia el hombre que seguía en el interior del carro. La luz matinal jugaba con su silueta, y él, como siempre, se veía sereno y atractivo. Sin embargo, sus ojos conservaban ese aire lejano, como una noche de invierno, siempre llenos de una indiferencia que nunca se esfumaba.
—Voy a caminar de regreso a casa. Ve tú a la oficina —le dijo Micaela, acercándose a la ventanilla del conductor.
Sofía se quedó un momento sorprendida, pero fue a la cocina a preparar todo. Le llamó la atención que la mirada de la señora se veía distinta ese día.
Parecía más distante que de costumbre. Además, la noche anterior no se había escuchado ningún pleito entre ella y el señor.
Normalmente, si el señor se ausentaba durante semanas, la señora terminaba con mal humor. Y más aún, luego de algo tan grave como la hospitalización de su hija para un tratamiento pulmonar, la señora ni siquiera lo había mencionado.
...
Sentada en el estudio del tercer piso, Micaela se sumergió en sus pensamientos. Un mes antes, había subido al escenario del foro médico de Isla Serena como la mejor egresada, atrayendo la atención de decenas de las farmacéuticas más importantes, que le ofrecieron oportunidades tentadoras. Si aceptaba, podía entrar a cualquier laboratorio y recibir inversiones de cientos de millones de pesos.
Pero esa faceta exitosa, jamás la había compartido en casa. Para su familia y para los que la rodeaban, Micaela era solo una ama de casa atrapada en una jaula de oro, sin ningún talento especial.
Y luego estaba su esposo, Gaspar. A los dieciocho años ya era el asesor financiero estrella de Isla Serena, y a los veintitrés tomó las riendas de la empresa familiar, convirtiéndose en una leyenda del mundo de las inversiones, temido y admirado. En solo cuatro años, se había colocado en el primer lugar de la lista de fortunas nacionales.

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