Justo en ese momento, su buena amiga abogada, Emilia, le mandó un mensaje.
[Mica, hoy tuve que ir a comer con un cliente. ¿Adivina qué vi?]-
Después, le llegaron tres fotos.
En las fotos, Gaspar estaba sentado en un privado, atendiendo a varios clientes extranjeros. Samanta, tan coqueta y desenvuelta como siempre, lo acompañaba sentada a su lado.
Samanta vestía un elegante vestido de noche, luciendo sofisticada y seductora. En la tercera foto, se le veía riendo y platicando con Gaspar, con una expresión pícara. Gaspar, mientras tanto, la miraba con intensidad, como si fueran la pareja perfecta.
[Mica, relájate, no dejes que esto te afecte, ¿sí?] agregó Emilia, intentando consolarla.
[No pasa nada.] respondió Micaela, sin mostrar debilidad.
Para Gaspar, ella, su esposa, no era digna de presumir, pero Samanta, su amante, sí era su carta de presentación. Pianista famosa a nivel internacional, consentida del mundo de la moda, imagen de joyerías... cualquier cosa de Samanta era motivo de orgullo para Gaspar.
A las tres y media de la tarde, Micaela salió en su carro rumbo a la escuela de su hija, decidida a ser la primera en recogerla.
Alrededor de las cuatro, un Ferrari rojo estacionó justo frente a ella. Micaela aferró el volante, reconociendo el carro de Samanta. Ella también había llegado.
Samanta estaba dentro del carro, retocándose el maquillaje con toda calma. Era obvio que había llegado temprano a propósito, esperando que Gaspar fuera a recoger a la niña.
Una mujer capaz de manipular a Gaspar de esa manera, forzosamente tenía que ser astuta y de carácter fuerte.
Durante dos años, Micaela había evitado confrontarla. Incluso cuando la situación se salía de control, siempre se había contenido, pensando que así Gaspar regresaría a casa. Pero la realidad era que, cuanto más se aguantaba, ellos más descarados se volvían.
Esta vez, Micaela decidió no seguir escondiéndose.
Abrió la puerta de su carro y bajó primero, con paso firme, lanzando una mirada cortante hacia el carro de Samanta.
Samanta hizo un gesto de burla.
—¿Y si te digo que el hombre que me gusta fue robado por otra mujer y la convirtieron en su esposa? ¿No sería también para odiarla?
—Eres la primera a la que veo decir semejantes tonterías con tanto descaro —reviró Micaela, sin contenerse.
Samanta acarició con los dedos el collar que llevaba en el cuello. Micaela notó ese detalle: una cadena con un gran zafiro azul colgando.
No hacía falta que lo dijera. Micaela sabía perfectamente que Gaspar se lo había regalado. Al fin y al cabo, las últimas dos semanas, él había estado todo el tiempo con Samanta.
En ese momento, la puerta de la escuela se abrió. Micaela no dudó y se dirigió de inmediato hacia la entrada para recibir a su hija.
Detrás de ella, Samanta la miró irse, curvando los labios en una sonrisa desdeñosa, con una mirada que dejaba claro que no le importaba en absoluto.

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