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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 309

Micaela alzó la mirada, con desdén, y soltó:

—Tus intentos de sembrar cizaña conmigo no sirven de nada.

Samanta se rio con desprecio.

—Micaela, ¿por qué te las das de tan digna? ¿De verdad crees que eres la gran cosa?

Micaela prefirió ignorarla.

El gesto de Samanta se tensó por un instante.

—¿No estarás pensando que todavía puedes afectar la relación entre Gaspar y yo?

Después, curvó los labios en una sonrisa desdeñosa.

—Entre Gaspar y yo hay algo que tú, como exesposa, ya no puedes influir.

Micaela ni siquiera se molestó en responderle. Rodeó a Samanta, dispuesta a marcharse.

De pronto, Samanta le puso un brazo enfrente, bloqueándole el paso y soltó en tono de advertencia:

—Micaela, en este círculo ya no hay lugar para ti. Si sabes lo que te conviene, mejor mantente lejos.

Micaela respiró hondo y, con voz cortante, contestó:

—Samanta, si sigues haciendo estos espectáculos, no me va a importar que todos vean quién eres en realidad.

Samanta se puso rígida.

—¿A qué te refieres?

—Literalmente a lo que dije —respondió Micaela con calma, sin darle más importancia.

Samanta apretó los labios y alzó la cabeza, desafiante.

—Micaela, haz lo que quieras conmigo, no te tengo miedo. Siempre estoy lista para enfrentarte.

Dicho esto, Samanta se dio la vuelta y salió del pasillo con la cabeza en alto.

...

Micaela regresó al salón principal. Natalia, que estaba rodeada de varias señoras, la llamó con la mano para que se acercara y le presentó a sus amigas. En ese grupo de esposas de empresarios, la presencia de Micaela resultaba más que bienvenida.

—Señorita Micaela, me han dicho que sus conocimientos en medicina ya casi superan a los de su papá. ¡Eso sí que impresiona! —comentó una de las mujeres, dándole una palmada amistosa en el hombro.

Micaela sonrió con humildad.

—Se lo agradezco, pero la verdad, me falta mucho para llegar a lo que ha logrado mi papá en el mundo de la medicina.

La señora la miró con simpatía.

—Qué bueno que sea así de modesta, pero también hay que sentirse orgullosa de lo que se ha logrado, ¿eh?

—¡Eso! Mi esposo justo el otro día me habló de un artículo suyo, dijo que hasta los expertos extranjeros no paraban de elogiarlo.

Las demás asintieron y la atmósfera se volvió más relajada y animada.

...

No pasó mucho antes de que el anfitrión anunciara el inicio del baile.

La música suave llenó el ambiente y los invitados comenzaron a moverse hacia la pista.

Micaela pensaba buscar un rincón tranquilo para descansar, cuando una voz masculina, profunda, sonó a sus espaldas:

—Señorita Micaela, ¿me permite esta pieza?

Ella se giró y se topó con una mirada intensa.

Jacobo fue el primero en acercarse para invitarla a bailar.

Micaela se quedó sorprendida y respondió, un poco incómoda:

—Señor Jacobo, la verdad no sé bailar bien.

A pocos pasos, Samanta le murmuró dulcemente a Gaspar:

—Gaspar, ¿vamos a bailar también?

Micaela vio la mano extendida de Jacobo, dudó un instante, pero terminó aceptando.

...

Al concluir el baile, llegó el turno de la subasta. Esta noche se habían preparado varias piezas exclusivas, y las esposas de los empresarios estaban especialmente entusiasmadas.

Como su hija se quedaría a dormir en la mansión Ruiz, Micaela no tenía prisa por irse, así que se sentó a disfrutar el espectáculo.

El maestro de ceremonias presentó cada artículo con entusiasmo.

Sentada en la parte trasera, Micaela notó que Jacobo se acomodó a su lado.

—Señorita Micaela, ¿hay algo que le haya llamado la atención?

Micaela sonrió.

—Solo vine a ver cómo se pone esto.

Jacobo asintió divertido.

—Perfecto, entonces te acompaño a disfrutar el show.

A mitad de la subasta, sacaron a relucir una cadena de diamantes azules tan rara que provocó exclamaciones entre las invitadas.

La primera en levantar la paleta fue Samanta.

Enseguida, varias esposas pujaron también.

Samanta ofreció varias veces, pero pronto fingió desinterés. Cuando parecía que una de las señoras tenía la puja ganada, Gaspar levantó su paleta.

Al ver quién era, la señora se rindió enseguida.

—Que se la quede el señor Gaspar —dijo, con cortesía.

El maestro de ceremonias remató:

—¡Felicidades, señorita Samanta! Esta joya es toda tuya.

Alrededor, todos volvieron la vista hacia Samanta.

A pesar de que Gaspar había hecho la última oferta, la joya terminó en manos de Samanta. La relación entre ambos ya no necesitaba explicaciones.

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