Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 310

Luego, Gaspar también compró un jarrón antiguo en la subasta. Micaela pensó que seguramente era para su abuelita, ya que Florencia tenía la costumbre de coleccionar ese tipo de piezas.

La cena fue llegando a su fin una vez que terminó la subasta. Micaela, después de despedirse de la señora Natalia, bajó al vestíbulo.

Como había tomado algunas copas, decidió no manejar. Notó que estaba cerca de la casa de Emilia así que pidió un taxi para quedarse allá esa noche.

Estaban las dos aplicándose mascarillas cuando el celular de Micaela sonó. Al ver la pantalla, se quedó pasmada.

—¿Quién es? —preguntó Emilia, acercándose a mirar.

—[Srta. Micaela, feliz Año Nuevo.]—El mensaje era de Anselmo Villegas.

—¡Órale! ¡Es el señor Anselmo!

—[Feliz Año Nuevo.]—respondió Micaela.

Emilia le lanzó una mirada pícara.

—¿Y ustedes en qué plan van?

Micaela negó, a punto de explicarse, pero el celular vibró de nuevo: esta vez era una llamada de Gaspar.

Las dos se quedaron quietas.

—¿Qué quiere tu ex a estas horas? —preguntó Emilia.

Micaela negó con la cabeza. Como su hija estaba en casa de él, cualquier llamada de Gaspar debía contestarla.

—¿Qué pasa?

La voz grave de Gaspar se escuchó del otro lado.

—¿Dónde estás?

—Eso no te incumbe —respondió Micaela, usando un tono distante.

—Pilar tiene fiebre —soltó Gaspar, directo y sin rodeos.

La expresión de Micaela cambió de inmediato.

—¿Cuántos grados? ¿Desde cuándo?

—Treinta y nueve. Lo noté hace media hora. El doctor ya está aquí en casa.

El corazón de Micaela se encogió.

—Ya voy para allá.

Colgó. Emilia dijo rápido:

—Te llevo.

Veinte minutos después, Emilia la dejó frente a la casa Ruiz.

Una empleada salió a abrirle la puerta. Micaela entró apresurada al vestíbulo y, justo al subir las escaleras, se topó con Samanta, saliendo de una de las habitaciones de invitados.

Samanta llevaba puesto un batín de seda, como si acabara de salir de la ducha.

No pareció sorprendida de ver a Micaela. Se acomodó el cabello y le dijo a la empleada:

—¿Me puedes llevar un vaso de leche caliente a la habitación, por favor?

—Claro, señorita Samanta, en un momento.

Micaela subió de prisa hasta el cuarto de su hija. Allí estaba Gaspar, sentado junto a la cama y limpiando la frente de Pilar con una toalla húmeda.

Damaris, al lado, se veía preocupada. Al ver entrar a Micaela, explicó:

—Por la tarde estaba bien, no sé cómo de repente le subió la fiebre.

Micaela se acercó a su hija. Pilar tenía las mejillas rojas y, apenas vio a su mamá, extendió los brazos.

—Mami, abrázame…

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