Damaris se quedó acompañando durante una hora antes de marcharse.
Por la tarde, la fiebre de Pilar se estabilizó y su ánimo volvió a la normalidad. Al día siguiente, ya podrían darle de alta en la mañana.
—Esta noche yo me quedo con Pilar, tú ve a descansar —le dijo Gaspar a Micaela, notando lo pálida que estaba.
—No hace falta, puedo quedarme con ella —rechazó Micaela su preocupación.
—Tu cara... —Gaspar frunció el ceño, preocupado.
Micaela levantó la mirada con frialdad y distancia.
—No necesito que te preocupes por mí.
Aquel hombre ni siquiera tenía derecho a preocuparse por ella.
Gaspar se quedó callado.
...
Esa noche, Micaela durmió junto a su hija. Al despertar, Sofía le contó que Gaspar se había ido en la madrugada.
El alta médica se realizó sin problemas, y Emilia fue por ellas en el carro para llevarlas de regreso a casa.
Tras dos días de descanso, Pilar volvió a la escuela, tan energética como siempre.
Durante esos días, Micaela siguió recibiendo datos de Tadeo sobre los experimentos. Analizaba resultados y platicaba con él sobre el avance de la investigación.
Ese día, Micaela regresó al laboratorio y se sumergió por completo en el trabajo.
Tras toda la mañana concentrada, se masajeó las sienes adoloridas y apartó la segunda taza de café ya frío.
Bajo el microscopio, el grupo de células T editadas genéticamente devoraba células leucémicas con una eficacia increíble; los datos superaban por mucho lo esperado.
—¡Micaela, estos datos están impresionantes! —entró Tadeo agitando la hoja recién impresa con los análisis celulares; sus ojos brillaban de emoción tras los lentes—. Y no hay señales de tormenta de citoquinas.
Micaela tomó el reporte y repasó con los dedos los datos clave.
Ese logro no era fruto de la casualidad. Tres años atrás, ella había probado esa combinación de secuencias genéticas. Por fin, los resultados estaban ahí.
—Micaela, nuestro experimento va a cambiar el protocolo de tratamiento de la leucemia —la voz de Tadeo temblaba de entusiasmo.
Micaela recordó el lema de su padre: “El médico debe tener un corazón compasivo, buscar la excelencia y la sinceridad.”
Por fin, sentía que iba a dar el paso que transformaría la vida de muchas personas.
...
Por la tarde, en la reunión, tanto Zaira como el doctor Víctor Leiva asistieron y, tras escuchar la presentación de Micaela, no ocultaron su alegría.
—Micaela, hay que avanzar a la fase de pruebas en animales —dijo Zaira, radiante.
Micaela asintió.
Un poco después, Zaira llamó a Gaspar para informarle del avance.
—Voy a crear un fondo especial de protección para asegurar los resultados de su investigación —contestó Gaspar con voz baja.
—Perfecto —respondió Zaira—. Por cierto, la vez pasada me preguntaste si Micaela estaría dispuesta a irse al extranjero para seguir estudiando. Ya le pregunté, pero no quiere.
—¿Por qué?
—Dijo que la niña está muy pequeña.
—Doctora Zaira, ya entendí.
Al colgar, Zaira arrugó la frente, sin comprender bien qué tramaba Gaspar ni por qué no hablaba claro. ¿Quería darle más oportunidades a Micaela, o había otro motivo detrás?
Suspiró aliviada. Al menos, Micaela sabía salir adelante sola, logrando resultados por mérito propio. Si algún día quería hacer el doctorado, ¿qué le impediría lograrlo?
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