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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 33

—Es que de verdad tiene un encanto único, cada movimiento suyo llama mi atención, no puedo evitar fijarme en él. Todos los días me meto a escondidas a ver su blog, hasta voy al gimnasio nada más para coincidir con él. ¿Tienes idea de lo increíblemente atractivo que se ve cuando usa traje? Me gusta muchísimo, pero no me atrevo a decirle nada. ¡¿Qué hago?!

Adriana se llevó la mano al pecho, completamente perdida como una adolescente enamorada.

—Jacobo sí que es encantador —le dijo Samanta, tratando de tranquilizarla—. No te preocupes, Adriana, seguro que él también va a fijarse en ti.

—¿De veras? ¿Crees que sí le voy a gustar? —Adriana siempre había sido orgullosa, pero frente a la persona que le gustaba, no pudo evitar sentirse insegura.

Enamorarse del mejor amigo de su hermano la hacía sentir tímida y un poco avergonzada.

Samanta la observó de arriba abajo y soltó una sonrisa.

—Tú eres súper guapa, Adriana, ¿cómo crees que alguien no se va a fijar en ti? Capaz que Jacobo ya te tiene en la mira desde hace tiempo.

Adriana se sintió halagada y, aferrándose al brazo de Samanta, le preguntó:

—¿Y tú qué? ¿Cuándo te animas a declararle tu amor a mi hermano?

Samanta sonrió con cierta tristeza y suspiró.

—Entre tu hermano y yo solo puede haber amistad, nada más.

Adriana se alborotó.

—¡Eso no es cierto! Mi hermano sí te quiere, te lo aseguro. —Y de inmediato, con el ceño fruncido, agregó—: Además, no fue como si mi hermano le hubiera rogado a esa mujer que lo cuidara cuando estuvo enfermo. Después hasta fue a presumir los días que pasó a su lado, como si buscara que todos le tuvieran lástima. Esa mujer solo se aprovechó de la situación porque mi hermano era joven y no sabía bien lo que hacía. ¿Ya viste de dónde viene ella? Ni siquiera le llega a los talones a mi hermano.

Samanta apenas sonrió, resignada.

—Ya para qué hablamos de eso, yo ya acepté cómo son las cosas.

—Samanta, no digas eso. Si de verdad te gusta mi hermano, échale ganas y no lo dejes ir. Todo el mundo lo sabe, tú eres mil veces mejor que esa tal Micaela.

Samanta no aguantó la risa.

—¿En serio crees eso?

—¡Por supuesto! Mi mamá nunca quiso que Micaela se casara con mi hermano. Y ahora, la verdad, mi hermano tampoco la quiere.

Samanta esbozó una ligera sonrisa. ¿Cómo iba una simple ama de casa a compararse con ella?

...

Micaela llevó a Ramiro de regreso al hotel. Miró la hora: ya iban a ser las tres. Aprovechó para comprarle a su hija unas frutas que le encantaban y, de paso, entró a una tienda elegante a comprar suplementos alimenticios.

—No te pongas así, mejor me voy antes de que se arme un lío.

Adriana no quería que Samanta se fuera. Después de compartir ese secreto, sentía que les faltaba tiempo para platicar.

Samanta bajó y antes de irse, se despidió de Florencia.

...

El carro de Gaspar avanzó poco más de un kilómetro, cruzó un semáforo y, justo al otro lado, un carro blanco esperaba con la direccional encendida. Era el carro de Micaela.

Micaela miraba distraída el tráfico cuando, de repente, un carro que conocía bien pasó frente a ella. Alcanzó a ver la placa: era el carro de Gaspar. Miró a través de la ventanilla y distinguió la figura elegante de Gaspar al volante. En el asiento del copiloto, la silueta de una mujer delgada. Bastó un segundo para que Micaela reconociera a Samanta.

En todos estos años de casados, la única mujer que se había sentado en el asiento de al lado de Gaspar, aparte de ella misma, era Samanta.

Así que Gaspar la había hecho volver a la casa Ruiz solo para cuidar a su hija, mientras él salía a verse con su amante.

Gaspar, al parecer, no se dio cuenta de que el carro era el de Micaela. Apenas cruzaron, él aceleró y se perdió en el tráfico.

Micaela siguió su camino hacia la mansión Ruiz. Cinco minutos después, entró por el portón abierto y estacionó el carro en el patio de la casa Ruiz.

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