Gaspar no contestaba sus llamadas, y encima tenía el descaro de poner como excusa que estaba en una reunión.
Micaela miró la pantalla de su celular, viendo la respuesta distante que acababa de recibir. Sus dedos temblaron apenas, como si la frialdad del mensaje le hubiera calado hasta los huesos.
Inspiró hondo y, sin pensarlo mucho, marcó directamente el número de Enzo, el asistente de Gaspar.
—¿Bueno, señorita Micaela? —La voz de Enzo sonó sorprendida.
—Enzo, hazme el favor de decirle a Gaspar que me regrese la llamada.
—Señorita Micaela, el señor Gaspar está en una reunión muy importante, puede que no le devuelva la llamada en las próximas dos horas —respondió Enzo, tratando de sonar lo más amable posible.
—¿Está en el país? —preguntó ella.
—No, está en Costa Brava por trabajo, probablemente se quedará allá una semana antes de volver.
—Perfecto, ya entendí —cortó Micaela, sin esperar más explicaciones.
Gaspar no estaba en el país.
...
Apenas pasaron unos minutos cuando alguien tocó la puerta. Lara entró, con una expresión que dejaba claro que no le apetecía mucho esa plática.
—Micaela, lo de hoy fue porque Samanta se dejó llevar, yo vengo a pedirte una disculpa a nombre de mi hermana.
Micaela la miró con indiferencia y soltó:
—¿Con qué derecho vienes tú a disculparte por ellas?
El rostro de Lara se endureció.
—Ya destruiste su campaña de apoyo social, la obligaste a publicar un comunicado diciendo que se retiraba. ¿Qué más quieres?
Micaela optó por ignorarla.
Lara, recordando cómo Ramiro la había defendido hace rato, sintió una rabia que no podía disimular.
—Micaela, mi hermana ya va en el avión rumbo a Costa Brava, ¿no te basta con haberla orillado a irse del país? Ya déjala en paz, ¿no crees?
Micaela soltó una risita cargada de ironía. ¿Samanta también iba a Costa Brava? ¿Justo donde Gaspar estaba de viaje? ¿Iba a buscar consuelo directo de él? ¿O esperaba alguna compensación?
Empujó unos papeles al centro del escritorio y le lanzó una mirada cortante.
—¿Puedes salirte ya?
Lara se quedó pasmada, no esperaba que la corrieran así, pero sin más, se dio la vuelta y salió de la oficina.
...
Un rato después, Zaira llamó a Micaela a su oficina para preguntarle personalmente sobre lo sucedido. Sin embargo, Micaela no quiso dar detalles; era su asunto privado y no pensaba mezclarlo con el trabajo.
...
Por la tarde, cuando Micaela fue a recoger a su hija, se topó con una figura conocida: Jacobo.
Él había regresado del extranjero, y Viviana también estaba ahí, porque la habían traído a clases.
—¡Señora Micaela! —Viviana la saludó con entusiasmo.
Micaela le sonrió con calidez.
—Mamá, ¿puedo invitar a Viviana a la casa? Hace mucho que no jugamos —suplicó Pilar, tomándole la mano.
Viviana la miraba con ojos grandes y llenos de ilusión. Micaela asintió.
—Claro, invítala a jugar a la casa.
Al decir esto, levantó la mirada hacia Jacobo.
Él devolvió la sonrisa, asintiendo.
—No tengo objeción, que las niñas se diviertan.
Al llegar a la casa de Micaela, las niñas se lanzaron directo al jardín. Jacobo, de pie en la puerta, la llamó.
—Señorita Micaela, ¿cómo te ha ido últimamente?
Micaela se detuvo, le regaló una sonrisa discreta.
—Estoy bien.
Jacobo dudó un instante antes de hablar.
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