Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 333

De madrugada.

El estudio de Samanta publicó un comunicado: debido a problemas de salud, no podría completar la grabación de la campaña por el Día Internacional de la Mujer, así que se retiraba de la promoción de este año.

Micaela justo seguía despierta y leyó el comunicado del estudio de Samanta. Tal como lo esperaba.

Samanta no se atrevió a enfrentarse con ella de frente, mucho menos arriesgar su reputación, sobre todo considerando que lo de ella y Gaspar era completamente cierto.

No había forma de que tuviera la razón en esto.

Incluso Gaspar guardó silencio, ni siquiera la buscó para decirle nada.

Su hija era el límite de Micaela, su punto más delicado: nadie debía meterse con la niña.

...

A la mañana siguiente, cuando Micaela llevó a su hija a la escuela, aprovechó para hablar en privado con la maestra y pedirle que evitara cualquier encuentro entre la niña y Samanta.

La maestra se disculpó al otro lado, —Disculpe, señora Micaela, como apenas inició el ciclo escolar he andado de cabeza, no me di cuenta de ese detalle.

Micaela tampoco podía culparla.

Volvió a revisar el comunicado de Samanta y, para su sorpresa, hasta la asociación de mujeres publicó un mensaje lamentando la salida de Samanta del anuncio de servicio social.

Emilia, enterándose no se sabe cómo, la llamó mientras Micaela iba camino al laboratorio para contarle la noticia.

—De verdad que por fin se hizo justicia. Mira nomás, Samanta, de todas las fechas para enfermarse, justo ahora en plena grabación.

—No está enferma. La amenacé para que se retirara —Micaela no ocultó nada.

Cuando Emilia escuchó eso, se indignó todavía más.

—¡Qué coraje! ¿Cómo se atreve a jugar así con una niña de cinco años? Cuando Pilar crezca y lo entienda, ¿te imaginas el daño que le puede causar?

—Si vuelve a acercarse a Pilar, no me va a temblar la mano para ser más dura —advirtió Micaela.

—Eso está bien, una madre siempre defiende a sus hijos. Seguro ya aprendió la lección.

...

Al llegar al laboratorio, Micaela se sumergió en su trabajo hasta cerca del mediodía.

Mientras se masajeaba el cuello, sintiendo el cansancio, vio a Quintín, su asistente, llegar corriendo.

—Micaela, te buscan.

—¿Quién es?

—No sé, una señora de unos cincuenta años, pero viene bastante alterada.

Micaela frunció el ceño. ¿Cuándo había molestado a una mujer de esa edad? Caminó hacia la oficina y, en el pasillo, escuchó a alguien gritar:

—¿Dónde se esconde esa tal Micaela? ¡Que salga, tengo que hablar con ella!

Frunció el ceño y se acercó.

—Yo soy Micaela.

La mujer se volteó bruscamente. Al verla de cerca, Micaela notó que se parecía bastante a Samanta. Ya podía adivinar quién era.

Era la mamá de Samanta.

—¿Tú eres Micaela? —Daniela la miró con furia, examinándola de arriba abajo—. ¿Así que tú fuiste la que maltrató a mi hija? ¿Por tu culpa perdió el trabajo de embajadora de la campaña?

Micaela mantuvo la calma.

—Señora Daniela, si tiene algo que decir, mejor acompáñeme a la oficina.

—¿Qué pasa? ¿Te pusiste nerviosa? —Daniela lanzó una carcajada burlona, subiendo todavía más la voz—. ¡No, aquí lo vamos a hablar! ¡Que todos vean lo mala que eres!

La mirada de Micaela se endureció.

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