Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 340

Micaela no tenía cómo responder a eso. En el fondo, esa era la razón por la que nunca se atrevió a cortar el contacto entre su hija y Gaspar.

Gaspar, como papá, había hecho muy bien su papel.

—¡Oye! Desde la última vez que vino Samanta, ya casi van cinco meses, ¿no? —comentó Emilia.

Micaela hizo cuentas mentalmente. Sí, ya era un buen tiempo. Además, últimamente Samanta no se había dejado ver, así que tampoco podía notar si ya empezaba a notársele el embarazo.

Al mirar a su hija, una punzada le atravesó el pecho. Si Samanta llegaba a tener ese bebé, ¿sería Gaspar capaz de seguir cumpliendo como papá?

Al terminar el picnic, Pilar comenzó a insistir en irse en el carro de Gaspar, además de que no dejaba de repetir que en la noche quería ir a cenar a la mansión Ruiz. Micaela supuso que seguro Damaris le había pedido a Gaspar que llevara a la niña a casa.

Ya llevaban tres fines de semana sin visitarlos, así que Micaela aceptó.

Cada quien tomó su carro y se dirigió a la ciudad; Micaela, por su parte, fue directo al laboratorio.

Sin su hija cerca, era la oportunidad perfecta para quedarse a trabajar horas extra.

Cuando llegó al laboratorio, el cielo ya estaba oscuro.

El laboratorio lucía desierto ese fin de semana. Solo se escuchaba el suave zumbido de los equipos funcionando.

Encendió la computadora, conectó la memoria USB que le había dado Gaspar y comenzó a revisar con detalle los datos más recientes del laboratorio del Dr. Smith.

De pronto, una serie de datos anómalos captó su atención. Aquellos resultados estaban muy relacionados con el cuello de botella que venía enfrentando en sus experimentos, aunque mostraban características completamente distintas.

Micaela sacó rápidamente sus propios datos y sus dedos volaron sobre el teclado. En la pantalla, ambas series de resultados aparecieron lado a lado. Entrecerró los ojos, concentrada en la comparación.

Una idea audaz cruzó su mente. Se levantó de inmediato y caminó a grandes pasos hacia la mesa del laboratorio, lista para preparar un nuevo reactivo.

—Si esto funciona, por fin podré avanzar —murmuró para sí, tan seria que ni se dio cuenta.

De pronto, en el tubo de ensayo comenzó a manifestarse justo la reacción que tanto había esperado.

El corazón de Micaela latía como si quisiera saltar de su pecho. Volvió corriendo a la computadora para registrar el hallazgo.

En el monitor, la curva de datos mostraba un ascenso perfecto. Eso significaba que su teoría había sido comprobada.

Sentía cómo su mente y todo su cuerpo vibraban de emoción. Ese descubrimiento no solo le resolvía el problema actual, sino que podía significar un avance para todo el campo de la secuenciación celular.

Esa noche no se movió del laboratorio. Cuando terminó de escribir y revisar todos los resultados, la luz del amanecer ya asomaba por la ventana.

Apenas se levantó, sintió que la cabeza le daba vueltas y casi se desmaya.

Se dejó caer en una silla, apoyando la cabeza sobre la mesa para descansar un poco, pero sin darse cuenta, se quedó profundamente dormida.

Zaira, quien acostumbraba llegar temprano a trabajar los fines de semana, notó la luz encendida al entrar. Se acercó curiosa y al asomarse, se sorprendió.

Micaela estaba dormida sobre la mesa de trabajo. ¿Había pasado allí la noche entera?

Zaira suspiró. Sabía que la dedicación de Micaela merecía reconocimiento, pero tampoco podía dejar que se desgastara de esa manera.

—¡Su vida también vale! —murmuró para sí.

Cuando Micaela despertó, ya eran las ocho y media. Al volver a su oficina, notó que Zaira también había ido a trabajar. Tocó la puerta y entró a saludar.

—Sra. Zaira, ¿también vino hoy?

—Micaela, ¿acaso pasaste toda la noche aquí? —preguntó Zaira, preocupada.

Micaela sonrió, quitándole importancia.

—Sí, anoche me llegó la inspiración.

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