Samanta notó que en las palabras de Lionel había cierta admiración hacia Micaela. Su expresión se tensó de inmediato.
—¿Ah, sí? ¿También la admiras? —le soltó, sin ocultar su molestia.
Lionel se quedó pasmado un segundo y luego forzó una sonrisa.
—Es solo admiración, nada más —balbuceó.
Samanta giró la cara, dejando claro que no quería seguir platicando con él.
Lionel, viendo el ambiente tenso, ya no se atrevió a decir nada más. La acompañó hasta la entrada de su casa y, justo cuando quiso decir algo, Samanta ya había pasado por la reja del jardín y se metió a su casa.
Lionel soltó un leve suspiro, dio media vuelta y se subió a su carro para irse.
...
Micaela durmió hasta pasada la una de la tarde. Al levantarse, Sofía ya le tenía listo un tazón de avena con chía.
—Señora, aquí está la avena. Tómese todo, por favor.
Micaela se acomodó en el sofá del segundo piso, descansando un poco.
—Señora, esta avena con chía la mandó el señor en la mañana. Es de lo mejor que hay. ¿Por qué no prueba y me dice qué le parece? —comentó Sofía mientras le acercaba el tazón.
Justo cuando Micaela iba a probar la avena, se detuvo en seco.
—¿La mandó él? —preguntó, levantando la vista.
Sofía asintió rápido.
—Sí, la mandaron hoy en la mañana. Solo con verlo supe que era de lo más top, así que me apuré a preparársela.
Micaela bajó el tazón y suspiró.
—Sofía, la próxima vez que él mande algo, no lo recibas.
Sofía se quedó congelada.
—Pero el señor se ve que sí está preocupado por usted. Incluso dijo que supo que trabajó toda la noche…
La expresión de Micaela se volvió más seria, y Sofía ya no se atrevió a seguir insistiendo.
—Entiendo, no voy a recibir nada entonces. Pero sería un pecado desperdiciar esta avena con chía, ¿eh? —comentó Sofía con una risita nerviosa.
Micaela asintió.
—Está bien, ya lo sé.
Sofía se retiró, aunque lanzó una mirada rápida para asegurarse de que Micaela sí estaba comiendo. Solo entonces se relajó: con lo que costaba esa avena con chía, cada cucharada salía carísima, seguro más de diez mil pesos el paquete.
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