Pensándolo bien, ya era cosa de hace mucho tiempo.
El elevador llegó a la planta baja y Gaspar salió a grandes zancadas rumbo al estacionamiento.
Micaela dejó de forcejear; su cuerpo estaba tan rígido como un tronco.
Aun así, se las arregló para subir al carro por sí sola; Gaspar, por primera vez, no la forzó.
Pero apenas soltó la mano de Gaspar, una oleada de mareo la golpeó de nuevo. Tuvo que apoyarse en la puerta del carro para no desplomarse.
Gaspar la miró con un brillo apagado en los ojos; sin decir nada, se agachó rápido y la ayudó a acomodarse en el asiento trasero.
Micaela cerró los ojos, recostando la cabeza contra la ventana, intentando calmar el vértigo que la invadía. Ya antes había sufrido episodios así, pero este era mucho más fuerte.
Gaspar tampoco dijo nada. Simplemente subió la temperatura del aire acondicionado y arrancó, llevándola de regreso a casa.
Ninguno habló durante el trayecto. Micaela bajó la ventana varias veces para tomar aire.
Cuando llegaron a la entrada de la casa, Micaela ya se sentía mucho mejor. Bajó del carro y, sin decir una palabra de agradecimiento, entró directamente al patio.
...
Sofía salió a recibirla, pero se sorprendió al ver que Gaspar venía detrás.
Mientras Micaela subía las escaleras, alcanzó a escuchar cómo Gaspar le encargaba a Sofía que estuviera al pendiente de ella. Micaela llegó a su cuarto, se acostó en la cama y, por fin, pudo cerrar los ojos con tranquilidad.
Sofía, al escuchar las instrucciones de Gaspar, asintió una y otra vez.
—No se preocupe, señor, yo cuidaré bien de la señora. Si pasa algo, le llamo de inmediato.
Gaspar asintió, dio media vuelta y se fue.
...
En otro lado, Lionel llevó a Samanta hasta su casa. Durante el camino, Samanta no dijo ni una sola palabra. Lionel, notando su ánimo, comentó:
—Creo que escuché a Gaspar decir que Micaela estuvo trabajando toda la noche ayer...
Samanta volteó por fin a verlo.
—¿De verdad?
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