Micaela se mantuvo tranquila, sin darle importancia a la situación.
En ese momento, desde la entrada principal, Jacobo y Lionel hicieron su aparición juntos.
El corazón de Adriana empezó a latir más rápido; esa era la primera vez que veía a Jacobo desde que volvió al país. Él seguía tan maduro y apuesto como siempre, con ese aire sereno y elegante que lo convertía en el príncipe azul que ella siempre había soñado. Jacobo echó un vistazo por todo el salón y, sin vacilar, su mirada se posó directamente en Micaela. Esbozó una leve sonrisa y se dirigió hacia ella.
Adriana, que se encontraba justo al lado de Micaela, fue testigo de todo. Jacobo ni siquiera la volteó a ver; era como si ella, al igual que el resto de los invitados, no existiera para él.
Cuando Jacobo estuvo lo suficientemente cerca de Micaela, recién notó la presencia de Adriana y la saludó con naturalidad.
—Adriana, no sabía que también estabas aquí.
—Jacobo —contestó Adriana, esforzándose por mantener la compostura y la sonrisa, aunque por dentro sentía que se le partía el alma.
—Micaela, ¿podrías acompañarme un momento? —le pidió Jacobo, con tono directo pero amable.
Micaela asintió y lo siguió hacia un rincón más apartado del bullicio.
—¿Te molestaría ayudarme con algo esta noche, señorita Micaela? —preguntó Jacobo, mirándola fijamente, con cierta urgencia en la voz.
Eso tomó por sorpresa a Micaela. Era la primera vez que Jacobo le pedía un favor. Se puso seria y respondió:
—Por supuesto, señor Jacobo. Dime, ¿en qué puedo ayudarte?
Jacobo soltó un suspiro y le explicó:
—La verdad, mi familia me quiere emparejar con una chica, y esta noche va a venir. Pero yo no estoy interesado en ella. Para que se dé cuenta y deje de insistir, necesito que seas mi acompañante esta noche.
Micaela parpadeó, ligeramente desconcertada. No esperaba que el favor fuera de ese tipo, uno donde tuviera que ayudarlo a esquivar pretendientes.
Por un momento dudó; no le gustaba la idea de meterse en los líos sentimentales de Jacobo. Pero, recordando todo el apoyo que él le había dado a lo largo del tiempo, contestó en voz baja:
—¿No crees que esto podría causar algún malentendido, Jacobo?
La joven escaneó el salón con la mirada hasta que divisó a Jacobo. Al reconocerlo, sus labios se curvaron en una sonrisa radiante y caminó directo hacia él.
—¡Jacobo! —llamó la joven con voz dulce, rebosante de alegría.
Jacobo, sin perder la compostura, se acercó un poco más a Micaela y le susurró en voz baja:
—Es ella, Génesis.
Micaela entendió el mensaje y, con naturalidad, se enganchó del brazo de Jacobo.
Génesis apenas llegó, notó la forma en que Micaela sostenía el brazo de Jacobo y su sonrisa se congeló por un segundo.
—¿Y ella es…? —preguntó, tratando de disimular su incomodidad.
—Señorita Génesis, hola —dijo Jacobo, inclinando ligeramente la cabeza con cortesía, pero marcando distancia—. Ella es Micaela, mi acompañante esta noche.

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