Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 375

Poco después, Samanta compartió una foto del brazalete en sus redes sociales.

[Gracias por el detalle, me encantó ❤️.]

Aunque no mencionó nombres, sus amigos más cercanos entendieron de inmediato y empezaron a bromear en los comentarios.

—¡Vaya! ¡Eso es jade morado! ¿Alguien está pensando en algo serio, eh?

—¡Felicidades, Samanta! ¡Parece que se acerca una buena noticia!

—En tu familia sí que saben regalar, ese brazalete debe costar, mínimo, ocho cifras.

Samanta sonrió al ver la pantalla llena de felicitaciones. Últimamente, Micaela la había tenido bajo presión y se sentía agotada, hacía mucho que no experimentaba una alegría así.

...

Por la noche, Micaela acababa de dormir a su hija y pensaba ir al estudio a trabajar en unos archivos, cuando su celular vibró.

Al revisar, vio que Emilia le había mandado un mensaje: [Mica, ¿ya viste lo que publicó Samanta? Acaba de presumir un brazalete de jade que vale como ocho cifras.]

Junto al mensaje, venía una captura de pantalla.

Micaela reconoció al instante ese brazalete de jade morado y se quedó pasmada.

¿No era ese el regalo que, según Florencia, iba a darle a ella esa misma noche?

¿Cómo terminó en manos de Samanta?

Luego lo entendió: aunque Florencia no se lo hubiera dado a Samanta, tal vez Gaspar lo hizo. Al final, ese color le quedaba mucho mejor a una chica joven.

De cualquier forma, eso ya no tenía nada que ver con ella.

...

El domingo por la tarde, Joaquín la llamó para pedirle que se arreglara bien al día siguiente, ya que había sido invitada a la ceremonia de inauguración del nuevo laboratorio, a la que también asistiría gente del gobierno.

—¿Te quedó claro, Micaela?

—Sí, Joaquín.

—Eres la científica estrella del equipo, representas la imagen del laboratorio —soltó Joaquín con una risa.

Micaela no pudo evitar reírse.—No exageres.

—Es la verdad, todos lo saben.

Hablaron de algunos detalles del laboratorio, y de pronto Joaquín recordó algo más.

—Por cierto, mañana también estará el señor Gaspar.

Micaela ya lo había imaginado: con la presencia de funcionarios, el mayor inversionista del laboratorio tenía que estar ahí para recibirlos.

...

A la mañana siguiente, Micaela dejó a su hija y se fue directo al nuevo centro de investigación.

El laboratorio estaba en una zona industrial enorme, con instalaciones imponentes y una fachada que irradiaba tecnología de punta.

Micaela llegó impecable, con un traje sastre que resaltaba su elegancia y ese aire intelectual que la distinguía. Llevaba el cabello recogido, dejando ver la línea de sus clavículas, transmitiendo una presencia fuerte y serena.

—Señorita Micaela, por aquí, por favor —le indicó el personal, guiándola hasta la primera fila.

Joaquín se acercó para platicar con ella. Micaela notó que había bastantes medios de comunicación presentes.

Justo cuando iba a responderle, alcanzó a ver, de reojo, una silueta familiar: Gaspar entraba acompañado de dos hombres de mediana edad. Su traje gris oscuro lo hacía resaltar entre los funcionarios del gobierno.

Sus miradas se cruzaron apenas un instante; Micaela se apresuró a desviar la vista.

Joaquín le susurró al oído los nombres de esos dos hombres: eran representantes de las otras dos grandes farmacéuticas que invertían en el proyecto.

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