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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 395

El teléfono de Franco sonó y Micaela contestó. Él le preguntó si en la tarde podía darse una vuelta por el Gran Hotel Alhambra para una reunión.

Micaela revisó la hora y le respondió:

—¿Podrías agendar la reunión en la noche?

—Por supuesto, Srta. Micaela. La programaré a las siete de la noche, así puede cenar en el Gran Hotel Alhambra antes de la junta —Franco acomodó la agenda para ella.

—Perfecto —respondió Micaela sin pensarlo mucho.

El puente del primero de mayo se acercaba, pero para el equipo de Leónidas de InnovaCiencia Global, esos días eran de máxima exigencia. El descanso quedaba relegado: el trabajo llamaba.

Eso sí, el sueldo se pagaba al triple, así que el ambiente se sentía tranquilo y nadie se quejaba.

Micaela hacía ya un buen rato que no revisaba su salario. No tenía problemas de dinero, tampoco era de las que gastan sin medida. Seguía usando el mismo carro que había comprado cinco años atrás, su ropa era la de siempre y el reloj en su muñeca tenía ya sus años.

A las cuatro y media, Micaela pasó por su hija. Cuando le avisó que esa noche tenía que salir a una reunión, Pilar le preguntó con los ojos brillosos:

—Mamá, ¿puedo ir contigo a la reunión? Prometo que me porto bien y no hago ruido.

Micaela se quedó pensativa un segundo, pero accedió de inmediato y sonrió:

—¿De verdad quieres ir conmigo?

—¡Sí quiero!

—Bueno, te llevo entonces —le acarició la cabeza, pensando que algún día ese lugar sería suyo.

Después, Micaela le escribió a Emilia con la esperanza de que su amiga pudiera ayudarle a cuidar a Pilar, por si la niña se aburría durante la reunión.

[¡Claro! Pero solo si me invitas una buena cena —respondió Emilia.]

—Puedes pedir lo que quieras del menú del Gran Hotel Alhambra —le prometió Micaela, segura de sí.

[Tienes trato, allí estaré —contestó Emilia entre risas.]

...

A las seis de la tarde, el lobby del Gran Hotel Alhambra resplandecía. Era el hotel más lujoso de Ciudad Arborea y siempre se mantenía a tope.

Micaela entró al elevador de la mano de Pilar. La niña, con su vestido azul claro y un broche de perlas en el cabello, parecía un pequeño cisne.

—Mamá, ¿no era este el hotel de papá? —preguntó Pilar levantando la cara.

—Ahora ya es parte de los negocios de mamá —le contestó Micaela con seriedad.

—¡Mamá es increíble! —exclamó Pilar, mirándola con total admiración. Para ella, su mamá era una heroína capaz de todo.

Micaela sonrió y le dio un cariñoso apretón en la mejilla. El reflejo del elevador mostraba su porte impecable: traje sastre y aretes de perla que realzaban su belleza.

Al llegar a la entrada del salón, Franco la esperaba. Al ver a la niña, se le suavizó el gesto y sonrió con calidez.

—Srta. Micaela, ¿esta es su hija?

—Sí, ella es mi hija —dijo Micaela, presentándola—. Saluda al señor Franco.

—Hola, señor Franco —saludó Pilar con educación.

—Hola, pequeña —le devolvió el saludo Franco, agitando la mano.

—Es para la señorita Samanta.

—¿Samanta? —repitió Pilar, sorprendida.

La mesera empujó el carro con el pastel hasta el elevador y desapareció.

—Pilar —llegó Emilia, alcanzando a la niña.

—Señora Emilia, ese pastel era para... —Pilar quiso terminar la frase, pero justo en ese momento el elevador se abrió y de adentro bajó un huésped. Pilar, queriendo ver el pastel una vez más, miró hacia el interior.

Y entonces, entre la gente, vio una silueta que le resultó familiar. Se emocionó tanto que ni siquiera pudo gritar, porque el elevador ya se había cerrado.

—¡Señora Emilia, señora Emilia! —jaló a Emilia de la mano, agitada.

—¿Qué pasa, Pilar? —Emilia se agachó preocupada.

—¡Acabo de ver a mi papá! Estaba en el elevador y subió —dijo Pilar, señalando el elevador con insistencia.

La pantalla marcaba que el elevador se detenía en el décimo piso. Emilia recordó que ahí estaban los salones de fiestas.

Miró a Pilar con duda:

—¿Estás segura de que era tu papá?

—¡Segurísima! Era mi papá, lo vi clarito —Pilar daba saltitos de impaciencia, jalando la ropa de Emilia—. ¿Podemos ir a buscarlo, por favor?

Emilia, aunque dudaba, no pudo resistirse ante la insistencia de la pequeña.

—Está bien, vamos a buscarlo juntas —le dijo con una sonrisa.

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