En ese momento, el maestro de ceremonias subió de repente al escenario y anunció:
—En este día tan especial, invitamos a la señorita Samanta, dama de honor, a dedicarle a los novios una pieza al piano.
Entre aplausos, Samanta avanzó con elegancia hacia el piano colocado a un lado del escenario. Todos pensaban que el piano solo era un adorno para presumir estilo, pero ahora, al verla sentarse bajo el reflector, su presencia robó incluso el protagonismo a la novia.
No se podía negar: Samanta sabía lucirse. Con el control absoluto que tenía sobre el piano, atrapó a todos con cada nota. Cuando terminó, el público estalló en aplausos.
Mientras se levantaba, Samanta dirigió una mirada en dirección a Gaspar y le dedicó una sonrisa coqueta.
Micaela, por su parte, estaba absorta revisando correos en su celular, apenas probando la comida. Solo al escuchar al maestro de ceremonias anunciar otra canción, alzó la cabeza.
De pronto, sintió una mirada intensa sobre ella. Al levantar la vista, se topó con los ojos profundos de Gaspar.
Él estaba sentado no muy lejos, en la mesa principal, rodeado de figuras importantes del mundo empresarial.
Samanta, sentada a su lado, contaba con el respaldo de Gaspar, el empresario más rico de Ciudad Arborea, lo que le daba cierto estatus ante todos.
Jacobo, quien había estado pendiente de Micaela todo el tiempo, notó que ella no lucía precisamente feliz, aunque no lograba descifrar si estaba afectada o solo incómoda.
—En realidad... —Jacobo dudó un poco antes de hablar—. Gaspar y Samanta...
—Jacobo —lo interrumpió Micaela, levantando la mirada—, no tienes que consolarme. Ya estamos divorciados. Él puede empezar de nuevo si quiere.
Jacobo la miró fijamente, con esa profundidad en la mirada que lo caracterizaba.
—¿Y tú? ¿Estás lista para empezar de cero?
Micaela se quedó callada, sorprendida por la pregunta. Antes de que pudiera responder, vio a Gaspar acercarse con una copa en la mano.
Su expresión se endureció y Jacobo también guardó silencio.
Gaspar se paró detrás de ellos y le dijo a Jacobo:
—Jacobo, vamos, un trago.
Jacobo alzó su copa y la chocó con la de Gaspar. Luego Gaspar miró a Micaela.
—¿No quieres brindar?
—No tengo ganas —respondió Micaela, seca, y de inmediato se puso de pie y le dijo a Jacobo—: Voy al baño.
En cuanto Micaela se alejó, Gaspar se sentó en el lugar que ella había dejado y le preguntó a Jacobo:
—¿Tu tío sigue en la mesa directiva?
Jacobo lo acompañó en la charla, tomaron un poco más y platicaron sobre asuntos recientes.
...
Apenas entró al baño, Micaela escuchó el sonido claro de unos tacones acercándose. Alcanzó a ver en el espejo a Samanta entrando con toda la gracia del mundo, cargando su ramo de flores, que dejó a un lado.
Samanta se acomodó el cabello frente al lavamanos, junto a Micaela.
—La boda de hoy está de lo más romántica, ¿no crees?
Micaela no respondió, solo tomó una servilleta y se secó las manos.
Desde el espejo, Samanta la observó con una sonrisa enigmática.
—Gaspar acaba de decir que, cuando nos casemos, haremos algo mucho más espectacular que esto.
Micaela soltó una risa desdeñosa.
—¡Micaela, deja de inventar! Gaspar y yo llevamos ocho años juntos, la que se metió en medio fuiste tú. La que no es querida, esa es la intrusa.
Terminando la frase, Samanta salió del baño con el ramo en mano y pasos apresurados.
...
Samanta regresó a su mesa; al notar que Gaspar no estaba, miró alrededor y lo vio platicando con Jacobo, en el lugar de Micaela. Su semblante se endureció aún más.
Al mismo tiempo, Micaela también volvió a su mesa. Al ver a Gaspar ocupando su lugar, decidió que era momento de irse.
Se acercó y le dijo a Jacobo:
—Jacobo, me voy.
Gaspar se levantó.
—Todavía no sirven todos los platos. ¿Por qué no te quedas otro rato?
Micaela ni lo miró, no tenía ganas de discutir con él.
Jacobo se levantó también.
—Te acompaño. —Volteó hacia Gaspar y añadió—: Gaspar, que les aproveche.
Micaela tomó su bolso y salió. Casi chocó con un mesero que traía la comida; al dar un paso hacia atrás, Jacobo la sostuvo por los hombros para evitar que tropezara.
Cuando el mesero pasó, Micaela y Jacobo se marcharon juntos.
Detrás de ellos, Gaspar se quedó de pie junto a la silla de Micaela, mirando cómo se alejaban. Se terminó de un trago lo que quedaba en su copa y, con la mirada fija en el vaso vacío, nadie supo en qué pensaba.

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