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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 42

La mirada de Micaela se volvió cortante, fulminando a Gaspar.

—Gaspar, no quiero escuchar explicaciones, y menos quiero discutir contigo. Si quieres salir, hazlo. Me duele la cabeza, no me molestes más —soltó, y en cuanto terminó de hablar, subió las escaleras sin mirar atrás.

El hombre se quedó paralizado un instante en la planta baja, pero enseguida abrió la puerta y se fue, dejando un portazo tan fuerte que retumbó por toda la casa. En cuanto el eco se apagó, Micaela sintió que el mundo se llenaba de silencio.

Durmió una siesta. Sudó hasta empapar la pijama y, al despertar, la fiebre había cedido. Bajó a la cocina y preparó una olla de avena, cuando escuchó el sonido de la puerta abriéndose.

Sofía entró algo agitada.

—Señora, supe que está enferma.

Micaela se sorprendió un poco. Seguro Gaspar había llamado a Sofía, quien estaba de descanso. Micaela le dedicó una sonrisa ligera.

—Sí, me resfrié.

—¿Quiere que le prepare algo? Dígame qué se le antoja y se lo hago ahorita.

—¿Me ayudas con unas botanas que abran el apetito? Yo me hice avena, en un rato la tomo.

—Claro, ahorita mismo le preparo unas cosas —respondió Sofía con energía, se puso el delantal y fue directo a la cocina.

Durante el tercer día del Año Nuevo, Micaela no fue a casa de su suegra. En su estado ni podía cuidar de su hija, y lo último que quería era preocuparla. Gaspar tampoco volvió.

No fue hasta el quinto día que Micaela empezó a sentirse mejor. Sofía la cuidó con esmero, preparándole comidas suaves y evitando que se esforzara demasiado.

—Hace rato llamó el señor —comentó Sofía con una sonrisa—. Quería saber cómo sigue usted.

—Ajá —respondió Micaela, sin prestarle mucha atención.

—El señor sí se preocupa por usted —Sofía quiso añadir algo más, pero Micaela la interrumpió levantando la mirada.

—Sofía, me sigue doliendo la cabeza. Prefiero estar tranquila —dijo con voz cansada.

Sofía asintió y se retiró para continuar con sus tareas.

Micaela sabía que tenía que recuperarse lo más pronto posible. El proyecto para arrancar el laboratorio estaba a la vuelta de la esquina y no podía permitir que la salud la retrasara.

...

Pilar se giró hacia Gaspar, con voz de mando y aire de pequeña adulta.

—Papá, tú tampoco puedes salir a pasear. Quédate en casa con mamá.

—De acuerdo —respondió Gaspar, entrecerrando los ojos con una sonrisa.

Al mediodía, Sofía preparó una mesa llena de platillos deliciosos. Pilar, entusiasmada, mordía un muslo de pollo mientras Micaela la miraba, llena de amor. De pronto, alguien puso en su plato un trozo de abulón guisado.

Micaela se quedó quieta, sintiendo una punzada de rechazo. Sin pensarlo demasiado, tomó el trozo con sus palillos y lo puso en el plato de Pilar. Frente a ella, Gaspar la miraba con una mezcla de emociones difíciles de descifrar.

Micaela, sin embargo, no pudo resistir la tentación y tomó otro trozo para sí. Durante toda la comida, el hombre frente a ella parecía un fantasma, alguien que estaba y no estaba, invisible a sus ojos.

Cuando en el corazón ya no queda lugar para una persona, aunque esté enfrente de ti, se vuelve tan etérea como el aire.

Por la tarde, Micaela salió con Sofía y Pilar al centro comercial cercano, luego pasaron un rato en el parque para despejarse.

Esa noche, a las diez, Micaela le contaba un cuento a Pilar. La niña se quedó dormida a mitad de la historia. Micaela apagó la luz y también se acostó a descansar.

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