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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 433

La mansión Ruiz

Adriana acababa de regresar a casa después de pasar una semana en el país vecino, intentando despejarse porque últimamente había estado de malas.

El chofer le llevó las maletas hasta la sala y, en cuanto entró, una de las empleadas se acercó para acomodárselas. Adriana, exhausta, se dejó caer en el sofá sin soltar el celular.

—Oye tú, muchacha, ni un solo día pasas en casa. ¿Ahora a dónde te fuiste a pasear? —Entró Florencia con su voz de trueno.

Adriana se enderezó de inmediato, inflando las mejillas.

—Abuelita, casi me das un susto.

Florencia se acomodó enfrente, mirándola con ojo crítico, repasando el maquillaje impecable de Adriana.

—Mírate nada más, ¿qué ganas tienes de pintarrajearte todo el día? Deberías aprenderle a Micaela, ella sí se ve bien, limpia y bonita.

Adriana no esperaba que, apenas llegando, su abuelita empezara a compararla con Micaela. Agarró coraje y desvió la cara.

—Sí, sí, para ti yo ni soy tu nieta, ¿verdad? Para ti, la favorita es Micaela.

Florencia soltó un suspiro, fastidiada. No entendía por qué esa nieta no podía ver con buenos ojos a Micaela ni un solo día.

En ese momento, Quintana, la mamá de Adriana, entró de regreso a la casa, y al verla ahí, le habló sin rodeos.

—Anda, ve a bañarte y cámbiate de ropa. Al rato te llevo a comer fuera.

Adriana se dejó caer de nuevo en el sofá.

—No quiero, estoy agotada.

—Nada de berrinches, hoy vamos a ver a la señora Montoya.

—¿Cuál señora Montoya? —Adriana frunció los labios, pero de repente le cambió la cara, miró a su mamá con los ojos abiertos de par en par—. ¡Mamá! ¿No me digas que hablas de la mamá de Jacobo?

Quintana, al verla tan alterada, se rio.

—Justo esa, la mamá de Jacobo.

—¡¿De verdad?! —La emoción la sacudió por completo.

Quintana la observó con media sonrisa.

—¿Y entonces? ¿Que no estabas cansada?

Adriana brincó del sofá, el cansancio se le olvidó en un segundo.

—¡Mamá, no inventes! ¿Por qué no me avisaste antes? —Y mientras hablaba, ya iba subiendo las escaleras—. Me baño y me cambio rápido.

Arriba, Adriana sentía cómo le latía el corazón de la emoción. Samanta tenía razón: los Montoya ya habían dado el primer paso. Si todo salía como esperaba, pronto ella y Jacobo estarían juntos en un matrimonio arreglado.

Aunque Jacobo no la quisiera todavía, seguro que con el tiempo iba a enamorarse de ella. Además, no le faltaban pretendientes, así que fea no era, y su figura siempre llamaba la atención. Solo Jacobo parecía no notar nada, pero eso cambiaría.

Después de bañarse y secarse el cabello, Adriana se sentó frente al tocador, dudando sobre qué maquillaje usar. Las palabras de su abuelita le vinieron a la mente: “Micaela, tan limpia y bonita”.

¿Será que Jacobo también prefería a las chicas así, sencillas? Adriana mordió sus labios pintados de rojo, analizando su reflejo. Salvo por las ojeras de tantas desveladas, no se veía nada mal.

Decidió dejar de lado el maquillaje cargado y optó por un look más natural.

Al poco rato, Quintana subió para acompañarla a escoger la ropa. Terminó eligiendo un vestido sencillo y elegante, y Adriana, esta vez, no protestó.

Le urgía que su mamá hiciera realidad esa boda.

Ya en el carro, mientras iban rumbo al restaurante, Adriana no pudo contener la duda y le preguntó en voz baja:

—Mamá, ¿Jacobo sí está de acuerdo en que las dos familias se unan así?

—Por ahora solo es una idea de los adultos, no hay prisa —respondió Quintana, girando para mirarla y, de paso, preguntar—. ¿Tú y Jacobo se llevan bien normalmente?

—¿Cómo crees que no? Si hasta trabajé en la empresa de Jacobo, fui su asistente dos meses.

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