—Micaela, ¿tú y Jacobo…? —Quintana dudó, queriendo confirmar por sí misma si entre Micaela y Jacobo había algo más. Si en verdad estaban saliendo, podría buscarle otro candidato de matrimonio a su hija.
Micaela arrugó un poco la frente.
—Señora, no quiero hablar de mi vida privada.
Quintana se quedó en silencio un instante, comprendiendo recién que ya no tenía derecho a meterse en la vida personal de Micaela.
Suspiró bajito.
—Tienes razón, no debí preguntar eso. Pasa, toma asiento adentro. Voy a buscar a Pilar.
En cuanto Quintana se alejó, Micaela no se apresuró a entrar. Prefirió quedarse un momento sola en el patio, sintiéndose un poco aislada, pero también más libre.
Justo en ese momento, Adriana salió hablando por celular. Al verla ahí parada, se despidió de la persona al otro lado de la llamada.
—Samanta, luego seguimos platicando.
Guardando el celular, Adriana se acercó a Micaela con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—No creas que por quedar bien con la señora Montoya ya tienes asegurado tu lugar en la familia Montoya.
Micaela, deseando evitar problemas, no pudo ocultar su incomodidad y la miró con desgano.
—No necesito ganarme a nadie —respondió, firme.
—Aunque quisieras, no te serviría de nada —reviró Adriana, alzando una ceja con arrogancia—. Aquí la que manda es la señora Montoya. Hasta el matrimonio de Jacobo depende de su aprobación. Así que, aunque yo no logre entrar a la familia, tú tampoco tienes ninguna oportunidad.
En ese momento, Jacobo apareció en la puerta, buscándola. Al ver a Adriana junto a Micaela, sintió que el corazón se le apretaba y se acercó sin dudar.
—Micaela —la llamó primero, mirando directo hacia ella.
Adriana se sobresaltó, escondiendo rápido la burla en sus ojos y saludando con voz melosa.
—Jacobo…
Él apenas le dirigió una mirada.
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