Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 457

Para poder escuchar lo que decía Felicidad, Adriana fingió hacer una llamada y se alejó, ocultándose detrás de un árbol cercano.

Jacobo notó que su mamá se acercaba y de inmediato sintió cómo se le tensaba el cuerpo. Aunque últimamente la actitud de su madre había cambiado, él seguía sin saber exactamente qué pensaba respecto a Micaela.

Felicidad lucía un vestido elegante, con un aire distinguido que la hacía ver aún más imponente. Su sonrisa, mucho más sincera que la vez anterior, iluminó su rostro cuando saludó:

—Micaela, ¡qué bueno que viniste!

Luego volteó hacia su hijo, medio regañándolo:

—Jacobo, de verdad, ¿cómo dejas que la señorita Micaela esté aquí afuera pasando frío? Anda, invítala a pasar, que al menos le sirvan algo calentito.

Jacobo se quedó pasmado.

Micaela saludó con cortesía:

—Buenas noches, señora Montoya.

Aunque Felicidad examinó a Micaela con la mirada, ya no fue con ese aire de juicio; ahora su sonrisa tenía un toque cálido, casi entusiasta.

Micaela, sorprendida, miró a Jacobo buscando una explicación.

Jacobo no pudo evitar sonreír, como si por fin soltara el aire que llevaba rato conteniendo.

Felicidad se adelantó y tomó de la mano a Micaela.

—¿Por qué sigues parada aquí? Haz de cuenta que estás en tu casa, no seas tan tímida. Ven, vamos a la sala.

Ese gesto tan efusivo dejó a Micaela descolocada. Volteó otra vez a ver a Jacobo, pero él solo le sonreía, animándola.

Mientras tanto, Adriana, escondida tras el árbol, no podía creer lo que veía. Miraba cómo Felicidad llevaba del brazo a Micaela hacia la sala, como si fuera parte de la familia.

¿Esto qué significa?

¡Felicidad nunca fue así de cariñosa con ella!

¿Por qué con Micaela sí? ¿Y encima la lleva personalmente a entrar?

Micaela, del brazo de Felicidad, cruzó la entrada principal y de inmediato sintió las miradas de sorpresa de las demás señoras.

—Señorita Micaela, ven, te presento a unas amigas —dijo Felicidad, acercándola a su grupo de conocidas—. Ella es Micaela, la nueva promesa de la medicina, y una gran amiga de mi hijo.

Las señoras, las mismas que la noche anterior estuvieron platicando con Felicidad durante la merienda, miraron a Felicidad con envidia y hasta admiración.

—Había escuchado mucho sobre usted, señorita Micaela —dijo una señora vestida de Chanel, extendiendo la mano—. Justo ayer platicaba con mis amigas de su discurso en las noticias.

—¡Mucho gusto! —respondió Micaela, estrechándole la mano.

—Me contaron que tuviste un avance enorme en el tema de la leucemia, ¿cierto? —preguntó otra señora.

Antes de que Micaela pudiera responder, Jacobo intervino con una sonrisa:

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