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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 462

Samanta le habló con dulzura a Gaspar.

—Gaspar, antes de tomar, mejor come algo para que no te caiga pesado.

—Papá, ya no tomes, no me gusta que tomes —Pilar hizo un puchero, claramente disgustada—. No me gusta cómo hueles cuando has tomado.

Gaspar dejó el vaso en la mesa y le dedicó una sonrisa cálida.

—Está bien, ya no tomo, ven acá con papá.

Pilar se bajó de la silla y corrió a los brazos de Gaspar, quien empezó a darle bocados de comida, cuidando que su hija comiera bien.

En ese momento, la señora Montoya se acercó con su copa en la mano, irradiando amabilidad mientras observaba a los más jóvenes de la mesa.

—Vengan, les propongo un brindis. Sientan esta casa como suya, siéntanse en confianza.

Gaspar, educado, levantó su copa y solo probó un sorbo por compromiso.

Los ojos de la señora Montoya recorrieron a todos en la mesa, hasta detenerse en Micaela. Su sonrisa se hizo más afectuosa.

—Micaela, come más, hija. —Y luego volteó hacia su hijo, dándole una advertencia—. Jacobo, cuida bien de Micaela, no te vayas a descuidar con ella.

Apenas terminó de decirlo, la atmósfera en la mesa cambió. Se sentía una tensión que antes no estaba.

—Mamá, deberías ir a platicar con las señoras allá —intervino Jacobo.

Samanta observó alternando la mirada entre Micaela y la señora Montoya. Adriana había llorado tanto... por lo visto, la familia Montoya ya había descartado la idea del matrimonio pactado.

Pero ese comentario de la señora Montoya...

¿Será que está considerando a Micaela?

Lionel también se quedó tenso por un momento; él también captó que la familia Montoya estaba aceptando a Micaela.

Gaspar, por su parte, no apartaba la mirada de Micaela. Sus ojos se volvían cada vez más profundos, como si algo se agitara en su interior.

La señora Montoya volvió a sonreír, dirigiéndose a Gaspar.

—Gaspar, Pilar es una niña encantadora. Me cayó súper bien desde el primer momento. Tráela seguido a la casa para que juegue, ¿va?

Para los demás, las palabras parecían solo cortesía; pero Gaspar entendió el mensaje oculto: si la familia Montoya aceptaba a Micaela, también aceptarían a la hija de Micaela. Era una forma de decirle que no tenía de qué preocuparse.

Sin mostrar demasiada emoción, Gaspar asintió levemente.

Jacobo lo miró directo a los ojos y fue al grano.

—¿Todavía la amas?

La mirada de Gaspar se volvió aún más seria.

—Eso es asunto de ella y mío.

—Ahora también es mi asunto —Jacobo no levantó la voz, pero no dio ni un paso atrás—. Si tú no puedes hacerla feliz, yo sí puedo.

La comisura de los labios de Gaspar se curvó apenas.

—¿Estás seguro?

Jacobo asintió con determinación.

—Estoy seguro.

...

La noche envolvía la casa y la luz cálida del interior proyectaba las siluetas de los dos amigos en la pared, largas y silenciosas, como la grieta que poco a poco se abría entre ellos.

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