En el fondo de los ojos de Samanta brilló una chispa de triunfo, aunque lo disimuló suspirando:
—Pero dime, ¿qué puedes hacer tú? Jacobo está completamente embobado con Micaela, ¿crees que te haría caso?
Lionel entrecerró los ojos, pensativo.
—Entonces habrá que contarle a Jacobo la verdad sobre Micaela, que está jugando con dos al mismo tiempo. Así quizás reaccione.
Samanta elevó el rostro, mostrando una expresión dulce.
—Tal vez no debería meterme donde no me llaman, pero verlos así, a ti y a tu hermano, me parte el corazón.
Lionel le dirigió una mirada agradecida.
—Se nota que eres una buena persona.
—¡Claro! Micaela bien podría vengarse directamente de Gaspar, pero eligió acercarse a Jacobo solo para dañar a Gaspar. Jacobo no tiene la culpa de nada.
Lionel apretó los puños con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
...
La noche era tan oscura como la tinta. Bajo las luces del jardín, Gaspar observaba a su amigo con una expresión imposible de descifrar.
—¿De verdad piensas ir tras ella?
Jacobo sostuvo su mirada, decidido.
—Nunca he estado tan seguro.
—¿Y desde cuándo? —Gaspar levantó la cabeza, mirándolo de frente.
Jacobo soltó un suspiro resignado y sonrió con cierta amargura.
—No lo sé... simplemente pasó.
Aunque Jacobo no lo dijera, Gaspar entendía perfectamente lo que quería expresar. Micaela lo había atrapado sin que se diera cuenta.
Gaspar hizo una seña al mesero que pasaba cerca.
—Tráeme una cajetilla de cigarros.
Enseguida, el muchacho regresó con la cajetilla. Gaspar sacó un cigarro, lo encendió y le ofreció otro y el encendedor a Jacobo.
—¿Quieres uno?
Jacobo negó con la mano. Él no fumaba.
Gaspar dio una calada y soltó una nube de humo que se disipó entre las luces tenues.
—No hay nada que disculpar. Pero en el contrato de divorcio hay una cláusula que ella debe cumplir.
—¿Qué cláusula? —preguntó Jacobo, intrigado.
—Durante cinco años, no puede casarse con nadie. Así que solo pueden andar, pero casarse, no. —El tono de Gaspar bajó, pero cada palabra retumbó clara.
—¿Cinco años sin casarse? —Jacobo se levantó de golpe, como si le hubieran dado una bofetada—. ¿De verdad pusiste algo así en el acuerdo?
Gaspar, sin perder la compostura, sacudió la ceniza de su cigarro.
—Ella aceptó y firmó.
—Gaspar, ¿qué pretendes? Si todavía la quieres, no la lastimes. Y si ya no la quieres, ¿por qué impedirle buscar su felicidad?
Gaspar apagó el cigarro contra el suelo, la mirada perdida en algún sitio entre la luz y la sombra.
—Eso solo me importa a mí.
—Cinco años no son nada. Yo puedo esperar —afirmó Jacobo, más decidido que nunca.
Gaspar entrecerró los ojos, su voz se volvió dura, casi cortante.
—Jacobo, ¿ya pensaste bien en lo que vas a hacer?

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