El doctor Ángel mostró una expresión de asombro y alegría.
—Por supuesto, haré todo lo posible para apoyar el laboratorio de la señorita Micaela.
La visita del doctor Ángel tenía dos propósitos: intercambiar conocimientos científicos y continuar negociando la inversión para el laboratorio con Gaspar. No esperaba que Gaspar aceptara tan rápido renovar la inversión, lo que lo dejó gratamente sorprendido.
—Sin embargo —añadió Gaspar—, a partir de ahora tu línea de investigación deberá ir de la mano con la de Micaela. Así le ayudarás a tener más oportunidades de ensayo y error, y a evitar riesgos.
El doctor Ángel asintió una y otra vez.
—No se preocupe, señor Gaspar, vamos a colaborar al cien con el trabajo de la señorita Micaela.
Gaspar hizo un leve gesto de asentimiento y caminó hacia el baño.
En ese momento, Micaela salía del baño. Justo al abrir la puerta, casi chocó de frente con Gaspar.
Ella se echó hacia atrás, y la parte trasera de su cabeza golpeó la pared con un golpe seco —¡pum!—
El dolor la hizo palidecer.
Gaspar entrecerró los ojos, preocupado.
—¿Te lastimaste?
Mientras hablaba, se inclinó para revisarla más de cerca.
El aroma a cedro que lo envolvía hizo que Micaela, molesta, lo apartara con fuerza. Gaspar retrocedió medio paso, el gesto se le endureció y se le marcó la garganta al tragar saliva.
Sin mirar atrás, Micaela emprendió el camino hacia el comedor.
Se frotaba la cabeza, donde ya sentía un pequeño chichón. Si hubiera sido un desconocido, jamás habría reaccionado así como para golpearse contra la pared. Pero si la alternativa era chocar con Gaspar, prefería la pared mil veces.
—Micaela, ¿qué te pasa? —preguntó Verónica, notando que su amiga seguía tocándose la cabeza.
Micaela negó con la cabeza mientras se sobaba el golpe.
—No es nada, solo me di un trancazo sin querer.
...
Poco después, Gaspar y el doctor Ángel entraron juntos al comedor. Zaira le indicó a Verónica qué pedir; en nada, la comida estaba servida y todos comenzaron a platicar mientras comían.
Por la tarde, el equipo del doctor Ángel se instaló en la sala de reuniones. Iker llegó con algunos ejemplares y Micaela se puso a debatir con él en el laboratorio.
El tiempo se le fue volando. Ya al caer la noche, Micaela le pidió a Sofía que recogiera a su hija en la escuela porque ella tuvo que quedarse trabajando hasta las ocho.
Nada más llegar a casa, se metió a bañar. Apenas salió, el celular sonó: Franco la invitaba a comer al día siguiente, pues quería informarle sobre varios asuntos.
Micaela aceptó la invitación.
Esa noche, apenas tuvo tiempo de estar con su hija. Solo la acompañó a dormir, la vio acomodarse entre sus brazos y, con un poco de remordimiento, le dio un beso en la frente antes de dejarla descansar.
Ella le reviró:
—¿También lo conoces?
Franco asintió.
—Hoy en día, el Grupo Báez está en la cima del mundo empresarial. Hace tres años fracasaron al intentar entrar a la bolsa, pero ahora lo están intentando de nuevo. Dicen que el señor Gaspar invirtió en su empresa y le ayudó a conseguir fondos.
La mirada de Micaela se volvió impasible. Así que Gaspar se desvivía por cada miembro de la familia Báez.
Franco pareció recordar algo y continuó:
—Me llegó un rumor acerca de la familia Báez y el señor Gaspar, aunque no sé si sea cierto.
Micaela no preguntó nada, pero Franco de todas formas soltó la bomba.
—Dicen que el señor Gaspar está a punto de convertirse en el yerno de la familia Báez. Ahora todos están tratando de quedar bien con Néstor.
Micaela solo murmuró un “ajá” y Franco entendió el mensaje: mejor no decir más. Entraron al salón privado que habían reservado, ordenaron la comida y Franco le entregó los documentos que traía para el informe.
En medio de la comida, Micaela fue al baño. Al doblar la esquina del restaurante, justo vio la figura de Gaspar entrando en otra sala privada.
Seguro era la sala donde estaba Néstor. Por lo visto, Franco tenía razón: Gaspar estaba cada vez más cerca de convertirse en parte de la familia Báez.

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