—Claro, no hay problema —respondió Jacobo sin dudar.
Emilia giró hacia Micaela y dijo:
—Entonces ve con el señor Jacobo, yo ya no voy para tu rumbo.
Apenas terminó de hablar, Emilia caminó rápido hacia su carro, lo encendió y se fue sin mirar atrás.
Micaela volteó hacia Jacobo y le comentó:
—Perdón por las molestias.
—¿Molestias de qué? ¡Súbete de una vez! —le soltó Jacobo con una sonrisa, señalando su lujoso carro que esperaba a un lado.
Micaela subió y, mientras se abrochaba el cinturón, un golpe seco retumbó desde la salida del estacionamiento.
Alzó la vista justo a tiempo para ver cómo el carro negro de Gaspar, un Maybach reluciente, había chocado de frente con una camioneta Porsche.
Jacobo se sobresaltó y, volviéndose hacia Micaela, le dijo:
—Voy a ver qué pasó, ¿va?
Micaela asintió con la cabeza y decidió quedarse sentada.
Desde su asiento, pudo ver que el conductor del Porsche bajaba rápido, mientras Gaspar seguía dentro de su carro. El dueño del Porsche, sin dudarlo, se acercó a la ventanilla del Maybach.
El tipo tocó la ventana con una sonrisa forzada, de esas que aparecen cuando sabes que te metiste en problemas con alguien importante.
—Señor, ¿está usted bien?
El conductor del Porsche apenas vio las placas y entendió que había chocado con alguien de mucho peso. Aunque él creía que no tenía la culpa, bajó la cabeza.
La ventana bajó despacio, dejando ver el perfil serio de Gaspar. Ni siquiera se había desabrochado el cinturón. Miró al otro conductor de manera distante, sacó una tarjeta y se la entregó.
—Yo asumo toda la responsabilidad. Contacta a mi asistente para arreglarlo —dijo, con un tono tan grave que no dejaba lugar a discusión.
En ese momento, Lionel y Samanta se acercaron a toda prisa. Samanta, con voz aguda, soltó:
—¡Gaspar! ¿Estás bien? ¿No te lastimaste?
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