Por la tarde, cuando Micaela fue a recoger a su hija, divisó una silueta familiar parada junto a la entrada de la escuela. Micaela se sorprendió un poco y, apurada, fue a saludar.
—Abuelita, ¿qué hace por aquí?
Micaela llevaba seis años llamando abuelita a Florencia, así que por más que quisiera, no podía tratarla como a una desconocida.
Florencia, que había estado esperando, se iluminó al verla.
—Mica, ya llegaste.
—¿Lleva mucho esperando? —preguntó Micaela, un poco apenada.
—Para nada —respondió la señora con una sonrisa, observándola de arriba abajo—. Te ves bien, aunque creo que has adelgazado otra vez.
—Abuelita, ¿cómo llegó hasta aquí?
—Ay, pues vine caminado desde mi casa. Tenía ganas de ver a Pilar.
Micaela pensó en que, desde que Florencia se había mudado cerca, nunca la había invitado a cenar en casa. Así que, casi sin pensarlo, la invitó.
—Abuelita, ¿por qué no viene hoy a cenar con nosotras?
Los ojos de Florencia se iluminaron de inmediato.
—¡Claro! Justo tenía ganas de conocer su casa.
Micaela recogió a su hija, y las tres regresaron juntas a casa para la cena. Sofía, siempre atenta, se puso a preparar todo en la cocina.
Florencia se sentó en el sofá y echó un vistazo al lugar.
—Está muy bonito, se siente cálido, lleno de cariño. Es perfecto para ti y Pilar.
Micaela le sirvió una bebida caliente. Florencia la tomó entre las manos y la miró con ternura.
—Micaela, lo de Gaspar y tú… abuelita nunca tuvo oportunidad de platicarlo contigo.
Micaela se tensó un momento y contestó directamente.
—Abuelita, preferiría no hablar de él.
Florencia notó el rechazo en la voz de Micaela y, entendiendo, decidió cambiar de tema.
—Bueno, en realidad venía a agradecerte por ese florero que me regalaste. Justo hace pareja con otro que tengo en casa.
Micaela sonrió levemente.
—Mientras a usted le guste, abuelita, yo feliz.
—Te costó un millón… ¡Qué despilfarro! —Florencia la miró con gratitud y luego agregó—. Pero sé que en el fondo lo hiciste porque querías donar ese dinero para ayudar a otros.
Al ver que la señora comprendía sus intenciones, Micaela se sintió aliviada de que aceptara el regalo sin reservas.
En ese momento, Pilar se sentó junto a Florencia y empezó a contarle cosas divertidas de la escuela, logrando que la señora se riera a carcajadas.
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