Samanta se acercó a Lionel y lo vio guardar el celular, pero su mirada estaba fija hacia la sala VIP. A través del cristal, alcanzaba a ver que Micaela platicaba con el gerente de ventas.
—Lionel, ¿qué tanto miras? —preguntó Samanta, siguiéndole la mirada y dejando ver un dejo de celos en sus ojos—. No me digas que tú también caíste ante el encanto de Micaela.
Lionel desvió la mirada de inmediato y le contestó con fastidio:
—No digas tonterías.
—Siempre dicen que a ustedes les atraen ese tipo de mujeres intelectuales, ¿no? —insistió Samanta, sin soltar el tema.
Lionel no le respondió, pero la miró directo a los ojos.
—¿A poco no sabes lo que siento?
Samanta se sorprendió y dejó de bromear. Bajó la cabeza, revisó su reloj y cambió de tema.
—¿Y Lara? ¿Por qué no regresa?
Al notar el cambio de conversación, Lionel se quedó callado un momento. De pronto, le dio una palmada a Samanta en el hombro.
—Samanta, en realidad yo...
Pero antes de que pudiera decir algo más, Samanta lo interrumpió.
—¿Qué te dijo Gaspar hace rato?
Lionel tragó saliva y se guardó lo que pensaba decir. Metió las manos a los bolsillos y soltó:
—Esta noche el señor Suárez invitó a cenar. Nos pidió a Jacobo y a mí que lo acompañáramos.
—Ya me imagino. Si alguien invita a cenar, ustedes tres nunca fallan. Todo el mundo sabe que son como hermanos.
Lionel soltó una sonrisa resignada.
—Eso espero, que podamos ser hermanos toda la vida.
...
Dentro de la sala VIP, Micaela firmó el último papel y miró a Jacobo.
—De verdad, gracias por todo hoy.
Pero Jacobo tenía cara de frustración. Al ir a pagar el carro, había intentado usar su tarjeta, pero Micaela lo detuvo.
Él quería regalarle el carro, aunque sabía que a Micaela no le faltaba el dinero. Incluso si no hiciera nada más en su vida, Gaspar le había dado una fortuna que no podría gastar nunca.
En teoría, ese dinero era lo que Gaspar había reservado para Pilar, su hija. Pero ahora Micaela podía usarlo sin problema.
—Si de verdad quieres agradecerme, mejor invítame a comer un día de estos —dijo Jacobo, sin tomárselo tan a pecho.
Micaela se sorprendió y sonrió.
—Trato hecho, yo invito.
Jacobo también sonrió.
—No se te olvide, ¿eh? No me vayas a salir con que no.
—No te preocupes, solo hay que ver cuándo tengo tiempo —rio Micaela.
—Lo sé, no quiero interferir si estás ocupada —agregó Jacobo.
Cuando Micaela terminó todos los trámites, le dijeron que en tres días podía recoger el carro. Justo al salir, vio que Lara regresaba de probar el carro. Al parecer, también le gustó y estaba lista para llevárselo.
Lara platicaba con Samanta y Lionel sobre la experiencia de conducir, y al girar la cabeza vio salir a Micaela y su grupo. Alzó la ceja, recordando que alguna vez sintió envidia al oír que Micaela tenía ochenta mil millones en el banco. Pero ahora, con la empresa de su papá cotizando en bolsa, su fortuna había crecido muchísimo. En la familia solo estaban ella y Samanta.
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