Esa misma noche, la asistente recibió el contrato de despido. Le avisaron que no tenía que presentarse al trabajo al día siguiente.
Había hecho hasta lo imposible para llegar a la oficina del director, con la esperanza de que su apariencia llamara la atención de Gaspar, y así, lograr meterse en su cama y convertirse en su amante de oficina.
Pero las cosas no salieron como esperaba. Apenas había encontrado la oportunidad de acercarse a Gaspar, cuando él la echó sin contemplaciones.
Cuando recibió la carta de despido, la cabeza le retumbó durante varios segundos. Recordó que, al entrar a la oficina del director, juraría que vio un destello de deseo en los ojos de Gaspar. Por eso se animó a intentarlo.
No le quedó más remedio que admitir su mala suerte. No era suficiente para cumplir con el estándar de Gaspar.
...
A finales de julio, durante una mañana fresca, la sede de InnovaCiencia Global lucía imponente bajo el sol naciente. Un lujoso carro deportivo se estacionó en uno de los lugares reservados, y de él bajó Lara, vestida con un elegante vestido largo. Justo cuando terminaba de cerrar su carro y se preparaba para alejarse, una voz la sorprendió por detrás.
—Lara.
El cuerpo de Lara se tensó al instante. Sus pupilas se contrajeron y, después de un par de segundos, se giró para encontrarse con Santiago, quien se acercaba con las manos en los bolsillos del pantalón y la miraba con una expresión de asombro.
—¿Santiago? —Lara fingió sorpresa—. ¿Qué haces aquí?
Santiago deslizó la mirada por las líneas del carro y soltó un comentario.
—Vaya carro el tuyo, Lara. Te queda perfecto.
Si hubiera sido otra persona quien la halagara así, a Lara seguramente le habría gustado. Pero viniendo de Santiago, solo consiguió ponerla rígida. Sabía que él tenía algún interés oculto.
—Santiago, escuché que entraste a trabajar en una agencia de carros. ¿Qué tal te va en el trabajo? —preguntó Lara, bajando el tono de voz para sonar más amable.
Santiago soltó una sonrisa amarga.
—No soy tan bueno vendiendo, la verdad. No gano nada.
Ese intento de dar lástima no provocó en Lara la más mínima simpatía. Al contrario, le causó rechazo. Sin darse cuenta, apretó la llave del carro con fuerza.
—Santiago, no te desanimes. Seguro encuentras otra forma de salir adelante —intentó animarlo.
—Lara, en realidad vine a pedirte un favor. Escuché que la empresa de tu papá ya cotiza en la bolsa, y tiene una división de equipo médico. Me gustaría entrar a trabajar ahí. ¿Podrías presentarme?
El gesto de Lara se endureció un poco.
—Santiago, sabes que yo nunca me meto en los negocios de mi papá. No creo poder ayudarte.
—Eres la única hija de la familia Báez. Algún día la empresa será tuya, seguro puedes hacer algo, ¿no? Por favor, al menos por lo que fuimos antes...
Lara lo interrumpió de inmediato.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica