Micaela fue la primera en llegar al salón para recoger a su hija. Había cuidado cada detalle de su arreglo, lo que hizo que Pilar se sintiera aún más orgullosa de ella. Con una sonrisa radiante, Pilar salió cargando su mochila y les anunció a sus compañeros:
—¡Esta es mi mamá!
Micaela la alzó entre sus brazos con cariño.
—Hoy te portaste increíble, Pilar.
...
Al llegar a casa, Pilar ya tenía todo listo con Sofía para preparar pastel y galletas.
Pilar, llena de emoción, seguía cada movimiento de Micaela, atenta a cómo preparaba el pastel. Micaela, por su parte, metió al horno unas galletas de almendra que ya tenía listas. El aroma dulce y tentador invadió la sala, haciendo que Pilar aplaudiera feliz.
—¡Quiero galletas!
—Ya casi están —contestó Micaela, y en un gesto travieso, se untó un poco de harina en la cara.
Pilar lo notó de inmediato, pero en vez de decir algo, corrió a buscar una servilleta. Cuando la tuvo, jaló la manga de su mamá y dijo, muy seria:
—Mamá, tienes harina en la cara. Déjame limpiarte.
Micaela fingió sorpresa.
—¡Oh! ¿De verdad?
Se inclinó con una sonrisa para que Pilar, muy concentrada, le limpiara la cara. Al sentir el cuidado de su hija, Micaela sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Sabía que Pilar era una niña maravillosa.
Cuando Pilar terminó, se le notaba el orgullo y preguntó:
—Mamá, ¿lo hice bien?
—Lo hiciste perfecto —le contestó Micaela, llena de ternura.
Para el pastel, Micaela eligió los mejores ingredientes, cuidando además de no ponerle tanto azúcar como en las pastelerías. Así, el resultado era mucho más sano y sabroso.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica