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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 5

Micaela fue la primera en llegar al salón para recoger a su hija. Había cuidado cada detalle de su arreglo, lo que hizo que Pilar se sintiera aún más orgullosa de ella. Con una sonrisa radiante, Pilar salió cargando su mochila y les anunció a sus compañeros:

—¡Esta es mi mamá!

Micaela la alzó entre sus brazos con cariño.

—Hoy te portaste increíble, Pilar.

...

Al llegar a casa, Pilar ya tenía todo listo con Sofía para preparar pastel y galletas.

Pilar, llena de emoción, seguía cada movimiento de Micaela, atenta a cómo preparaba el pastel. Micaela, por su parte, metió al horno unas galletas de almendra que ya tenía listas. El aroma dulce y tentador invadió la sala, haciendo que Pilar aplaudiera feliz.

—¡Quiero galletas!

—Ya casi están —contestó Micaela, y en un gesto travieso, se untó un poco de harina en la cara.

Pilar lo notó de inmediato, pero en vez de decir algo, corrió a buscar una servilleta. Cuando la tuvo, jaló la manga de su mamá y dijo, muy seria:

—Mamá, tienes harina en la cara. Déjame limpiarte.

Micaela fingió sorpresa.

—¡Oh! ¿De verdad?

Se inclinó con una sonrisa para que Pilar, muy concentrada, le limpiara la cara. Al sentir el cuidado de su hija, Micaela sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Sabía que Pilar era una niña maravillosa.

Cuando Pilar terminó, se le notaba el orgullo y preguntó:

—Mamá, ¿lo hice bien?

—Lo hiciste perfecto —le contestó Micaela, llena de ternura.

Para el pastel, Micaela eligió los mejores ingredientes, cuidando además de no ponerle tanto azúcar como en las pastelerías. Así, el resultado era mucho más sano y sabroso.

A partir de ese instante, decidió que nada ni nadie volvería a arruinar los buenos momentos con su hija.

...

Después de la cena, Micaela salió al jardín con Pilar y jugaron a patear la pelota. A propósito, Micaela fingió tropezar y caer. Pilar corrió preocupada hacia ella, con los ojos llenos de angustia. Micaela se levantó cojeando, fingiendo dolor, mientras notaba el cariño y la preocupación reflejados en la mirada enorme de su hija.

Por dentro, Micaela sentía que el corazón se le ablandaba. No podía pedir más.

Por la noche, después de bañar a Pilar, la pequeña, cansada por tanto juego, se quedó dormida antes de las nueve y media. Micaela cerró suavemente la puerta del cuarto y soltó un suspiro de alivio.

Aprovechando que aún tenía tiempo, fue al estudio de al lado y empezó a escribir un plan de trabajo para su investigación. Era el proyecto en el que llevaba años pensando. Se sentía afortunada de nunca haberlo abandonado, aunque por años, por ser la “buena esposa” y por temor a lo que Gaspar pudiera decir, había ocultado muchas cosas.

Bajo la luz cálida del escritorio, Micaela tenía la mirada serena y decidida. Desde ese momento, se prometió a sí misma que no volvería a esconderse. Iba a ser ella misma, sin reservas.

Recordó a su padre, Kevin Arias, quien en vida había sido uno de los médicos más reconocidos del país. Antes de morir, formó a muchos profesionales brillantes, y su gran sueño era abrir un laboratorio para terminar los avances médicos que dejó inconclusos.

Cerró la laptop, se frotó el entrecejo y se preparó para regresar a la habitación y acompañar a su hija mientras dormía.

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