Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 537

Micaela se detuvo en seco y giró para mirar fijamente a Gaspar, quien la seguía. Su tono era tranquilo, pero no había duda en sus palabras.

—Ni lo sueñes, Gaspar. Ese tipo de cosas ni siquiera deberías pensarlas.

Gaspar frunció el entrecejo.

—Micaela, no quiero ser tu enemigo. Solo me preocupa que estés tan distraída… Me da miedo que criar a Pilar te esté sobrepasando.

La luz del pasillo caía sobre Micaela, resaltando las ojeras y el tono pálido de su cara, señales de que últimamente no había descansado bien.

Pero a Micaela poco le importaba por qué él había dicho aquello. No pensaba prestarle atención.

—Mis asuntos no te incumben —soltó y se dio la vuelta para marcharse.

—No vale la pena lanzarse al vacío por un eco que nunca responde. Anselmo no es para ti.

La voz de Gaspar resonó por el pasillo vacío, tan clara como un disparo. Micaela se quedó parada a medio paso, comprendiendo el significado de sus palabras. Sin girar, le respondió con desdén:

—Mi relación con Anselmo no es asunto tuyo como para que vengas a juzgarla.

—Solo te lo digo por tu bien —reviró Gaspar, alzando ligeramente la ceja.

Micaela no tenía ganas de seguir explicando nada. Le parecía absurdo que Gaspar jugara al adivino con su vida amorosa, y que encima intentara aprovechar para arrebatarle la custodia de su hija. No sentía más que rabia y desprecio por él.

Aun así, respiró hondo, luchando por no explotar. Se giró para encararlo.

—Gaspar, lo nuestro terminó hace mucho. De ahora en adelante, mi vida y mis decisiones no te incumben. No vuelvas a usar a Pilar para intentar manipularme, porque lo único que logras es que te deteste aún más.

Terminó de hablar y se marchó sin mirar atrás.

Aunque su tono no fue escandaloso, esa calma tan cortante dejaba claro lo firme que era su decisión.

Gaspar se quedó parado, entrecerrando los ojos. Justo entonces, su celular vibró. Al mirar la pantalla, contestó.

—¿Bueno?

[Señor Gaspar, ya localizamos al doctor Nico, el que se jubiló.]

Cuando terminó la llamada, Gaspar no regresó a la sala de reuniones. Al pasar frente a la oficina de Micaela, se detuvo en la entrada.

Micaela acababa de sentarse. Alzando la mirada, se topó con el hombre que bloqueaba media puerta, la luz del pasillo recortando su silueta. La expresión de Gaspar era tan difícil de descifrar como siempre: distante, orgulloso, impenetrable.

No se dijeron nada. Solo se miraron, uno con la mirada cargada de emociones encontradas, la otra con un odio seco y punzante.

En el silencio de la tarde, tras unos segundos, Gaspar habló:

—Sé muy bien el daño que te hice. No lo niego. Y últimamente he estado pensando en mis errores.

Micaela no esperaba que un tipo tan arrogante soltara algo así, pero tampoco le interesaba escucharlo.

Gaspar suspiró, bajando la voz.

—Hay cosas que apenas empiezo a entender, la verdad…

Micaela lo interrumpió sin titubear, cortante.

—Lo que quieras decir, es probable que no me interese.

La mirada de Gaspar se volvió más oscura. Estaba a punto de replicar cuando el celular volvió a sonar. Al ver quién llamaba, frunció el ceño.

Micaela se levantó y le señaló la puerta.

—Vete ya, no me hagas perder más el tiempo.

La garganta de Gaspar se movió, como si mordiera las palabras.

—Solo quería decir que…

De pronto, Micaela estrelló el expediente que tenía sobre el escritorio, incapaz de seguir conteniendo la rabia.

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