Por la tarde del día siguiente, Micaela se reunió con Emilia en una cafetería. Emilia llevaba varios documentos en la mano y comentó:
—Estos son los casos que encontré sobre InnovaMed Devices. Esta empresa ha estado envuelta en un pleito enorme últimamente; tres hospitales la demandaron juntos y ahora su reputación en el sector está por los suelos.
Micaela tomó los papeles que le entregó y comenzó a revisarlos con atención.
—Todavía no me has dicho por qué quieres que investigue a Néstor —le soltó Emilia.
—Es el papá de Samanta —respondió Micaela con calma.
—¿Eh? ¿Samanta tiene un papá tan adinerado? —exclamó Emilia, incrédula.
—Digamos que Samanta es su hija fuera del matrimonio —aclaró Micaela—. Además, la empresa de Néstor es el proveedor más grande de equipos para nuestro laboratorio. Por eso quiero saber en qué anda su compañía.
—Seguro que tiene poder, pero viendo la cantidad de demandas recientes, no parece ser muy honesto. Si hasta a los hospitales les saca dinero, seguro no tiene nada de escrúpulos.
Emilia soltó una sonrisa burlona y añadió:
—Samanta sí que se da aires. Mira que Gaspar invirtió trescientos millones para echarle la mano a su papá, ¿no? ¡Con razón se siente tan importante!
Micaela reflexionó un momento. Gaspar, al invertir en la empresa del papá de Samanta, no solo les estaba ayudando; también apostaba por un proyecto de investigación que el gobierno respaldaba. Así, quedaba bien con el gobierno y, de paso, le hacía un favor a su amante y a la familia de ella. Todo en uno.
Al despedirse de Emilia, Micaela recibió una llamada de Joaquín, quien quería saber cómo iba su tesis.
—Joaquín, te la entrego a más tardar el lunes —contestó Micaela.
—¡Perfecto! Gracias por el esfuerzo. Y de paso, dile a don Gaspar que le agradecemos mucho.
—¿Por qué?
—Acaba de entrar el primer depósito de la inversión a la cuenta del laboratorio, cien millones de pesos, ¡de parte de su empresa!
—¡Qué buena noticia! Claro que le aviso —dijo Micaela con una sonrisa—. Joaquín, te encargo que sigas sin contarle a mi esposo que ya entré al laboratorio.
—¿Planeas sorprenderlo cuando consigas algún logro? —preguntó Joaquín, entre risas.
Micaela tenía que regresar urgentemente a casa para terminar su tesis. Pidió un café para llevar y, al llegar, le pidió a Sofía que no la interrumpiera. Se encerró en el estudio del tercer piso y se puso a trabajar.
Ya eran las once de la noche cuando Micaela bajó a descansar. Sofía subió al segundo piso para avisarle:
—Señora, el señor todavía no ha regresado. ¿Quiere que le llame?
Micaela negó con la cabeza.
—No hace falta, ve a descansar, Sofía.
Sofía bajó a la habitación de servicio en la planta baja. Micaela se dio un baño, se puso cómoda y se acostó en la cama, con un libro en mano para intentar dormir. De pronto, escuchó que la puerta de la entrada de la casa se abría. Sintió que el corazón se le aceleraba.
Gaspar había vuelto.
Esa noche, sin su hija cerca, Micaela se sentía desprotegida, como si le hubieran quitado su escudo. Si ese hombre insistía en llevársela a su recámara, como la vez pasada, ¿qué iba a hacer ella ahora?

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